Intentando desmentir, sin éxito, aquello de que quien mucho abarca poco aprieta.
lunes, 18 de diciembre de 2023
Ava, Pablo, Lecturas de Derecho y Sociedad, Historia del pensamiento de la sociología del derecho, Buenos Aires, Eudeba, 2018, p. 8.
jueves, 14 de diciembre de 2023
Lyons, Martin, La cultura escrita de la gente común en Europa, c. 1860-1920, pp. 95-96.
viernes, 8 de diciembre de 2023
LYONS, Martin, La cultura escrita de la gente común en Europa, c. 1860-1920
"...terminada, inútil me paso los días llorando, nunca habría pensado que después de 50 años de matrimonio nos separáramos así; toda mi tristeza la escribo de noche, porque duermo poco, como un ser humano cuando está afligido"
Halló en la escritura una nueva razón para vivir. Tomó un marcador (pennarello) negro y escribió su autobiografía en lo que tenía a mano: una sábana grande. Así lo explicó:
"Una noche me quedé sin papel. Mi maestra Angiolina Martini me había explicado que los "truscos" habían envuelto a un muerto en un trozo de tela escrito. Pensé que si ellos hicieron eso, yo también puedo. Ya no podía gastar las sábanas con mi marido y entonces pensé en usarlas para escribir."
Clelia Marchi escribía para llenar sus noches en vela y para expresar su angustia solitaria. La sábana no era tanto un tributo a su marido como una conmemoración de su larga vida unidos, firma- da con el nombre de los dos. Aún no estaba lista para bajar los brazos, y escribir era un motivo para seguir viviendo.
lunes, 27 de noviembre de 2023
RINESI, Eduardo. Chapitre i. La démocratie contre la république ? In: La diagonale des conflits: Expériences de la démocratie en Argentine et en France [en línea]. Paris: Éditions de l’IHEAL, 2018 (generado el 24 novembre 2023).
lunes, 20 de noviembre de 2023
ADAMOVSKY, Ezequiel, BUCH, Esteban, “La marchita, el escudo y el bombo, una historia cultural de los emblemas del peronismo, de Perón a Cristina Kirchner”, Planeta, Buenos Aires, 2016, pp. 260-263
Contrariamente a lo que indicaría el sentido común, el antiperonismo no surgió como reacción al peronismo. Si hiciéramos un repertorio de los temas, estereotipos, críticas y vocabularios propios del antiperonismo, encontraríamos que casi todos ellos estaban ya presentes en 1945. Por el contrario, ese año el peronismo todavía no existía como tal. Por supuesto, es taba Perón, estaban las medidas que venía tomando al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión y estaba también el apoyo que recibía de las clases bajas. Pero en lo que refiere a sus ideas, su visión sobre el país, sus prácticas políticas, sus formas de organización, incluso sus liderazgos, se trataba de una corriente todavía en estado magmático. Solo luego de llegado al gobierno el movimiento peronista se constituiría como tal. Buena parte de los rasgos con los que lo asociamos hoy fueron surgiendo luego de 1946, forjados también ellos, en buena medida, como reacción a la oposición y los rechazos que había cosechado en el amplio campo del antiperonismo. Las antipatías y resistencias de los otros fueron orientando su desarrollo tanto como las ideas previas que Perón y sus seguidores aportaron. En otras palabras, no puede afirmarse que llegara primero el peronismo como una propuesta ya completa y cerrada, produciendo luego, como reacción, el antiperonismo. Ambas identidades políticas se forjaron juntas y en relación. Si de alguna pudiera decirse que tuvo precedencia sería más bien de la segunda.
De hecho, el antiperonismo surgió
como una lectura del fenómeno peronista informada por ideas, conceptos, narrativas
y ansiedades que eran previos, heredados de etapas muy anteriores. Además de
percibir a Perón como un posible líder fascista, el movimiento que desató entre
las masas fue inmediatamente interpretado como la reactualización de amenazas
más antiguas que acechaban a la nación argentina. En el contexto de 1945 se
volvió a hacer presente el temor recurrente, para ciertos grupos sociales, de
que alguna forma de democracia plebeya viniera a poner en riesgo la República.
Se trataba de una angustia que venía desde tiempos de las guerras civiles del
siglo XIX, relacionada con la idea de que en el pueblo argentino anidaban
tendencias igualitaristas turbulentas, inorgánicas, emocionales, colectivistas,
enemigas de la racionalidad y de la dignidad del individuo, que conspiraban
contra el normal funcionamiento de las instituciones. Pasado el contexto de las
luchas entre Unitarios y Federales, ese temor se había vuelto a activar cuando
Yrigoyen llegó al poder en 1916 y por supuesto resurgió en 1945. Aunque se
trataba de un motivo típicamente liberal presente en intelectuales y políticos
argentinos -por caso, Vicente F. López o Ricardo Levene- tanto como de otros
países, aquí se entrelazaba con narrativas acerca de la nación y de su historia
que eran más peculiares. En efecto, el temor por la posible irrupción de un
democratismo plebeyo e inorgánico se manifestaba especialmente cuando aparecía
en el horizonte alguna figura carismática, un «caudillo» como aquellos del
siglo XIX, capaz de excitar y dar cauce a impulsos plebeyos que de otro modo
estarían bajo control. Se temía de esos caudillos no tanto su autoritarismo,
como la perspectiva de que abrieran las puertas para que la plebe pisoteara las
jerarquías sociales fundamentales, el régimen que establece quién es más que
quién en la sociedad. Domingo F. Sarmiento y otros luego de él expresaron esa
preocupación con toda claridad, en particular con referencia a los tiempos
traumáticos de Juan Manuel de Rosas, al accionar violento de sus mazorqueros, a
la «traición» de los negros del servicio doméstico que actuaban como espías denunciando
a los patrones de simpatías unitarias, o a los gauchos que asolaban la ciudad y
la campaña con sus montoneras. El peligro de ese caudillismo plebeyo parecía
haber quedado con jurado con la organización nacional. Y sin embargo, el sufragio
universal reactivó esos viejos temores; tanto Yrigoyen como más tarde Perón
fueron inmediata e insistentemente comparados con Rosas y sus seguidores con La
Mazorca. Y por supuesto, todas estas ansiedades, ancladas en formas
particulares de imaginar el pasado y el presente, remitían a una narrativa que,
desde Sarmiento, había explicado la trayectoria de la Argentina como una
trabajosa lucha de la civilización contra la barbarie, de la cultura europea
contra las costumbres criollas, de lo blanco contra lo negro y trigueño, de lo
urbano contra lo rural, de Buenos Aires contra el Interior, de las leyes y la
República contra los lazos personales y la emotividad en política. Para comienzos
del siglo XX esa lucha se había proclamado concluida con la victoria del primer
polo. Pero era una victoria sobre la que nunca dejó de haber dudas y
ansiedades. Lo bárbaro y la incultura -se sospechaba- seguían allí agazapados,
listos para aflorar apenas se relajaran los controles. Contra Yrigoyen, nuevamente,
se movilizaron estas nociones. Los conservadores lo acusaron de liderar un
movimiento «de “manumisión de los negritos”; los socialistas, de ser expresión
de la vieja “política criolla” personalista y demagógica. Y naturalmente fueron
nociones que también se reactualizaron con el ascenso de Perón. Por ejemplo, en
una serie de conferencias que el intelectual socialista Américo Ghioldi dictó
en noviembre y diciembre de 1945, advirtió que «los argentinos confrontamos
otra vez y bajo nuevas formas, el antiguo discurrir entre civilización y barbarie,
ya que han vuelto, a galope tendido, odios que creíamos extinguidos, fuerzas
primitivas lanzadas al asalto...» Acusaba a Perón de ser un nuevo «caudillo de
la guerra civil», lanzado a explotar los resentimientos de ese resto primitivo
que hoy «se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella... ». Para el
conservador Adolfo Mugica el país vivía en esos días como en una especie de «inmensa
merienda de negros».
domingo, 12 de noviembre de 2023
Rinesi, Eduardo y Vommaro, Gabriel, Notas sobre la democracia, la representación y algunos problemas conexos, en "Los lentes de Víctor Hugo, transformaciones políticas y desafíos teóricos en la Argentina reciente", pp. 431-432
(...) La palabra de Alfonsín se hacía carne, por así decir, encontraba su efectividad y se volvía propiamente política en su encuentro con las multitudes movilizadas para oírla, y es sin duda esta conjunción, este encuentro entre las habilidades oratorias del caudillo radical y la fuerza de una ciudadanía movilizada y activa lo que está en la base del "fenómeno” alfonsinista.? Otra vez nos sirve recordar a Landi, quien afirmaba que el tipo de relación que se establece entre un orador y un auditorio presente y activo configuraba "la forma privilegiada de comunicación política" de aquella época (Landi, 1985: 22), observación tanto más importante cuanto que esa forma privilegiada de comunicación política no tardaría en ser reemplazada por otras, bien distintas.
¿Cuándo ocurrió esto último? No de un día para otro, desde luego, pero no hay duda de que sí es posible establecer una suerte de punto de inflexión alrededor de los decisivos acontecimientos de la Semana Santa de 1987, que fueron por cierto objeto de sutiles análisis de Landi en más de un sitio. Los hechos son conocidos y recordados: después de tres días de fuerte tensión, frente a la asamblea popular que se había reunido en la Plaza de Mayo en respuesta al motín de un sector rebelde
del ejército, Alfonsín anunció desde el balcón de la casa de gobierno que se disponía a dirigirse a la guarnición donde se habían atrincherado los militares sublevados, y pidió al pueblo reunido que lo esperara allí, en la plaza. Un rato más tarde, tras haber conversado personalmente con los amotinados, volvió a dirigirse a la ciudadanía desde el mítico balcón, esta vez para decirle que la casa estaba en orden y que no había sangre en la Argentina, y para intimar a los presentes a que volvieran a sus casas a festejar las Pascuas en familia. Es imposible exagerar la importancia de este último pedido: desde el mismo balcón desde el que había pronunciado sus más recordados discursos, Alfonsín mandaba ahora a los manifestantes (a una ciudadanía movilizada que había mantenido la vigilia durante tres días) a sus casas. En un mismo gesto vaciaba el balcón de palabras y la plaza de cuerpos: los militantes políticos, sindicales y sociales ya no tenían nada que hacer allí, y a todos ellos empezó sin duda a ganarlos desde ese mismo instante la sensación de que ya no tenían nada que hacer -en un sentido más general- en la así reafirmada política de los representantes. Ése es sin duda el sentido más fuerte del movimiento entero que describe, vista en su totalidad, la convocatoria y posterior desmovilización de la ciudadanía en esa Semana Santa del 87: si al comienzo de la misma los ciudadanos que estaban en sus casas recibían desde la pantalla de sus televisores la urgente invitación a abandonar esa posición de puros espectadores y marchar hacia la Plaza, el domingo por la tarde, en esa misma Plaza, esos ciudadanos debieron oír del mismísimo Presidente de la Nación la invitación a abandonar ese espacio público y marchar disciplinadamente a casa. De casa a la plaza y de la plaza a casa.
martes, 17 de octubre de 2023
GRUNER, Eduardo, Una introducción alegórica a Jameson y Zizek, en JAMESON, Fredric, ZIZEK, Slavoj, , Estudios Culturales, Reflexiones sobre el multiculturalismo.
jueves, 28 de septiembre de 2023
SUPIOT, Alain, La gobernanza por números (Curso en Collège de France 2012-2014)
martes, 8 de agosto de 2023
Belmartino, Susana, La Atención Médica Argentina en el Siglo XX, Instituciones y Procesos
"Queremos que en este policlínico impere el mismo concepto que en los demás policlínicos sindicales que se están levantando en todo el territorio de la República. No queremos para nuestros trabajadores una asistencia en los hospitales públicos; queremos que tengan sus propios hospitales, porque no es lo mismo ir a pedir albergue a un hospital de beneficencia que atenderse en su propia casa."
La frase parece contener un epitafio para el proyecto de Carrillo, en tanto recupera el olvidado concepto de beneficencia en relación con el hospital público. Leída desde la perspectiva que nos da la historia, puede señalar el comienzo de la decadencia de la capacidad hospitalaria estatal, y del crecimiento posterior del poder sindical en el ámbito de la salud.
lunes, 31 de julio de 2023
Freitas, Angélica, Mujer Deprisa, en "Un útero es del tamaño de un puño".
miércoles, 5 de julio de 2023
E. Kreplak, M. Kreplak, Ejes de un uso racional del diagnóstico por imágenes, en Integrado, aportes para la discusión de un nuevo sistema integrado de salud en Argentina
lunes, 3 de julio de 2023
Merklen, Denis, “Bibliotecas en llamas, cuando las clases populares cuestionan la sociología y la política”, Ediciones UNGS, Buenos Aires, 2016
La individuación contemporánea
contiene aspectos positivos por los cuales los individuos conquistan márgenes
ampliados de independencia, hasta de autonomía, pero también contiene otros
negativos por los cuales los individuos ven achicarse sus márgenes de acción.
Más precisamente, esas formas de individuación negativa no se distribuyen de
manera homogénea sobre el conjunto del cuerpo social. Aquejados por la
desregulación del mercado de trabajo, por el debilitamiento de las
inscripciones colectivas y por la pérdida de eficacia de las protecciones
sociales, los sectores populares padecen tanto las exhortaciones a la
individuación que los responsabilizan de lo que les ocurre como los cantos de
sirena que les proponen más autonomía y movilidad cuando están desprovistos de
los recursos necesarios para aprovecharlas.
La caracterización de la coyuntura actual, que se abre en los años ochenta, es, por lo tanto, compleja. No es posible seguir sin tropiezos a quienes afirman que la modernidad del siglo xxi iría más en favor del individualismo de lo que fue la modernidad del siglo xx. Pensar así no solo sería contrafáctico desde el punto de vista histórico, sino que conduciría incluso a evaluar superficialmente las consecuencias de esas nuevas dinámicas de individuación sobre quienes las padecen. Mirar las dinámicas contemporáneas de individuación obliga a detenerse un momento en los procesos de individuación precedentes, propios del siglo xx y que habían llamado la atención de la sociología norteamericana y europea, sobre todo a partir de los años cincuenta. En efecto, de los trabajos de Daniel Bell y David Riesman a los de la escuela de Fráncfort o a las numerosas contribuciones de la sociología francesa, los años sesenta y setenta dieron lugar a la observación de las consecuencias de un "nuevo individualismo" del que nos hablaba entonces la sociología. Dinámicas tales como el consumo masivo, la consolidación de los massmedia y de las industrias culturales, la progresiva democratización de la escuela, la entrada de las mujeres en el mercado de trabajo y su "liberación", la reducción del tiempo de trabajo y la consolidación de las protecciones sociales y del asalariado fueron aso ciadas a un desarrollo hasta entonces sin precedentes del individualismo. Desde este punto de vista, puede decirse que el siglo xx fue el siglo de la realización del individualismo, el que terminó por reinstalar en la tierra la realidad del individualismo tras una larga marcha secular, para hablar como Louis Dumont, o la realización de una verdadera "sociedad de los individuos", como decía Norbert Elias. ¿En qué medida el individualismo del comienzo de nuestro siglo xxi es tributario, o por el contrario se opone de aquel que la sociología caracterizó durante los años cincuenta y setenta? Es una cuestión que no se puede pasar por alto si se quiere dar un poco de consistencia histórica a la descripción de los desafíos del individualismo contemporáneo. Hay quizá dos concepciones del individualismo compro metidas en un combate que estructura la coyuntura actual. La que hoy do mina remite a una concepción bastante clásica (en el sentido del siglo XVIII) del individualismo como liberación de las coerciones sociales. Ahora bien, las descripciones del individualismo que dominaron la sociología entre los años cincuenta y setenta parecen remitir más a una conceptualización de tipo durkheimiana o marxista sobre las condiciones sociales necesarias para la emergencia del individualismo. Estas visiones, que entonces podrían haberse tildado de "moralistas"-a tal punto condenaban el desarrollo del individualismo después de la Segunda Guerra Mundial-hoy se encuentran prácticamente olvidadas. Las referencias a autores como Marcuse, Adorno y Horkheimer, Louis Althusser o David Riesman son poco numerosas en la actualidad y se tiene la impresión de que sus obras ya no forman parte de los cursos universitarios. La crítica social cambió de campo.
La modernización en curso se
apoya desde los años ochenta en una concepción liberal del individuo. Es decir
que la libertad es esencialmente presentada en su forma negativa, en el modelo
de un aflojamiento de las coerciones, de un relajamiento de las ataduras
sociales, ya que el objetivo d todo proceso de individuación es
"liberar" al individuo. Se piensa al individuo en conflicto y hasta
en oposición con la sociedad y esta es identificada con el Estado, con lo que
oprime al individuo impidiéndole desarrollarse en libertad. Desde este punto de
vista, todo llamado al colectivo es mirado con escepticismo. Pero ¿están los
individuos que pueblan el universo de los sectores populares en situación de
actuar en el mundo más allá de toda inscripción colectiva?
Las concepciones liberales del
individuo no pueden pensar la libertad como el resultado de un lazo social o de
una acción colectiva. Por ejemplo, como el resultado de un actuar juntos, tal
como Hannah Arendt concibe la acción política. La concepción liberal no puede
concebir lo social como una posibilidad para el individuo, sino que piensa la
sociedad como una coerción, en las limitaciones (ciertamente, a veces
inevitables) que el otro impone a la libertad individual. Es la razón por la
cual, así concebida. la libertad individual aumenta a medida que el individuo
hace retroceder la coerción social. Algo de ese individualismo que concibe los
lazos sociales de manera negativa, como coerciones, emerge cada vez que una
institución actúa en el sentido de ayudar a los individuos a "salir
adelante" (s'en sortir), vale decir, a desocializarse de su grupo de
semejantes. Esta dimensión desocializadora es particularmente fuerte en los
discursos sobre el papel de la biblioteca de barrio en la actualidad en
Francia; por ejemplo, el libro de Michel Petit De la bibliothèque au droit de
cité muestra que las experiencias más logradas de las bibliotecas en los
barrios populares son aquellas que contribuyeron a que los individuos
abandonaran su medio social. Es por ello que, no sin razón, algunos grupos
pueden percibir esta institución como una amenaza: los que ven cómo, a través
de ella, algunos de sus miembros escapan del grupo.
Las concepciones liberales de la
individuación tienden también a negar que los individuos son desiguales tanto
en sus condiciones efectivas de individuación como en sus aspiraciones a la
individuación. En consecuencia, ¿de qué tiene necesidad cada individuo para
poder aumentar a la vez sus márgenes de independencia y sus posibilidades de
acción? Es una pregunta cuya respuesta se declina socialmente según clases de
individuos y no a partir de los deseos abstractos de cada persona. En efecto,
puede decirse que hay individuos e individuos. Unos, por cierto, se liberarán
con menos Estado (los que disponen de capitales suficientes o de soportes
sólidos para asentar sobre ellos su independencia social), mientras que otros
saldrán perdedores, es decir, con sus márgenes de libertad reducidos, cada vez
que la "reducción" del Estado se traduzca en una disminución de las
protecciones sociales o en una sumisión sin mediaciones a los avatares del
mercado. La ofensiva entablada en estos últimos años contra el Estado,
presentado como fuente de todas las coerciones, las rigideces y las trabas, es
tan masiva que las críticas del Estado como forma de "control social"
se ven completamente desplazadas. La crítica del Estado como máquina de control
social cambió de lado, por así decirlo. Mientras antes venía de los márgenes y
de abajo, como una reivindicación de la autonomía individual por los débiles, y
se asociaba a una crítica del capitalismo en su forma monopolista, hoy parece
venir de arriba y servir al punto de vista de las formas más concentradas de
capital financiero, que buscan la abolición de prácticamente todas las formas
de regulación.
No obstante, algo de ese orden se ve cuando observamos las producciones culturales de esos segmentos de los sectores populares. Libros, canciones y otros productos culturales permiten ver una reivindicación del individualismo "también para nosotros", pero parecen profundamente preocupados por la producción de un "nosotros", el suburbio, los jóvenes, los barrios, los negros, los árabes, aquellos que deben abandonar la escuela demasiado pronto, aquellos que están en conflicto permanente con las fuer- zas del orden, etcétera. Hay aquí todo un esfuerzo de resignificación de lo real y de producción de colectivos. Y todo parece indicar que ese esfuerzo de los sectores populares para dotarse de un punto de vista, para organizar colectivamente su experiencia de lo social y para ubicarse en el seno de la sociedad constituye una de las dinámicas mayores en cuyo seno debemos inscribir los incendios de las bibliotecas. Esos esfuerzos en la formación de una fuerza social luchan, tal vez sin saberlo, contra las dinámicas de individuación que trabajan día a día los sectores populares.