domingo, 14 de abril de 2024

Alain Supiot – Gobernanza por los números – Curso Collège de France 2012-2014


Nuestras instituciones, como toda obra humana, nos dejan ver las imágenes que precedieron a su concepción. El derecho, como la técnica, la religión o las artes, es un hecho de la cultura que inscribe en el tiempo las representaciones del mundo que dominan una época. Estas representaciones -técnicas, jurídicas o artísticas- tienen cada una, por supuesto, sus propios sistemas de referencia. El avión incorpora en tanto que objeto técnico el sueño humano de elevarse a los cielos, pero su eficacia depende del grado de verdad de los conocimientos científicos que precedieron su construcción. Este adosamiento a las verdades científicas distingue los objetos técnicos modernos de los de la Antigüedad que no eran, según Jean-Pierre Vernant, más que “trampas tendidas en aquellos puntos donde la naturaleza se deja engañar”, es decir, recetas fundadas en la eficacia. Contrariamente la obra de arte, en tanto se encuentra totalmente emancipada del imperativo de verdad, puede evadirse del peso del mundo tal cual es. Sin embargo, para ser considerada como una obra de arte (¡en principio!) debe tener un valor estético y es a partir de esta vara estética que será juzgada.

El derecho ocupa una posición a medio camino entre el arte y la técnica. Su referencia última no es ni la verdad ni la estética sino la justicia. Del mismo modo que un zeppelín puede revelarse peligroso o una pintura puede no ser más que un 'cuadrucho', una regla de derecho puede ser injusta. Sin embargo, decir que es implica referenciarse con un deber ser. Como el arte, el derecho se desarrolla en un mundo ficticio -por ejemplo, el de una República donde reinan la libertad, la igualdad y la fraternidad. Pero como la técnica, pretende intervenir sobre el mundo real y por ello debe tenerlo en cuenta.


Supiot Alain (director), Más allá del empleo, transformaciones del trabajo y futuro del derecho del trabajo en Europa, Informe para la Comisión Europea, Paris, Flammarion, 1999, p. 8.

Dificultades de un enfoque transdisciplinario. Las categorías jurídicas sobre las que fuimos invitados a reflexionar al mismo tiempo imprimen y expresan un estado de la sociedad en sus diferentes dimensiones: sociológica, económica, política, cultural, etc. No es posible, por ello, reflexionar sobre estas categorías sin referirse a la evolución de las prácticas. Por ello es necesario un diálogo entre los juristas y las ciencias sociales. Para que este diálogo sea fecundo, es necesario superar dos escollos. El primero de ellos es la instrumentalización del derecho. Concebir al derecho como un simple instrumento al servicio de una racionalidad socio-económica es una idea ampliamente en el sentido común y en las prácticas políticas. Los desengaños de las políticas de empleo, que hicieron uso y abuso de esta instrumentalización, nos muestran los callejones sin salida a los que nos lleva. El segundo escollo es, a la inversa, el de la autorreferencia, que consiste en concebir al derecho como un sistema de normas cerrado sobre sí mismo, sin nada que aprender sin nada que transmitir al mundo de los hechos ni nada que aprender de él. Este enfoque nos impide comprender tanto las transformaciones en el derecho como las de la sociedad. Para resguardarse de estos dos escollos hay en consecuencia que admitir que el derecho, al mismo tiempo, imprime y expresa las relaciones sociales y que puede estar tanto adelantado como atrasado respecto a la realidad. Permanece, sin embargo, el riesgo de la abstracción, del desconocimiento de la diversidad extrema de los fenómenos estudiados. Las categorías resultantes del derecho del trabajo en si mismo (la de trabajador o desocupado, por ejemplo), tal como son movilizadas y vehiculadas por las ciencias sociales y sus aparatos estadísticos, participan del ocultamiento de la diversidad de experiencias de trabajo (o de desempleo) concretas.

BOURDIEU, Pierre - Los juristas, guardianes de la hipocresía colectiva


Una de las calamidades de la ciencia social la constituyen todas esas manifestaciones del pensamiento dualista que se traducen en pares de conceptos antagonistas: interno/externo, puro/impuro, normativo/positivo, axiológico/sociológico, comprensivo/ explicativo, Kelsen y Marx, y toda suerte de oposiciones de la misma especie. Por declarar en seguida mis intenciones, diré que mi trabajo, sin que haya proyectado hacerlo, tiene como consecuencia, a mi modo de ver, superar esas oposiciones. Si tomo la oposición entre Kelsen y Marx, que casi recubre la oposición entre lo interno y lo externo, es importante saber que se la vuelve a encontrar por todas partes, bajo formas y con bases sociales semejantes, en el ámbito de la sociología del arte, en el ámbito de la sociología de la ciencia, en el ámbito de la sociología de la filosofía, en el ámbito de la sociología de la literatura, etcétera. Lo cual permite trasladar efectivamente de un espacio a otro las adquisiciones. Creo que hay que rechazar también la alternativa del derecho como ideología o como ciencia. Decir que el derecho es una ideología es perder de vista la lógica y el efecto específicos del derecho. Aclarado esto, decirlo también es operar una ruptura con la representación ingenua, que pretende que el derecho es universal, como ciencia o como norma. Se puede afirmar, como hace Kelsen, que el derecho es un sistema normativo sin quedar obligado a darle un fundamento transhistórico o trans-social. Dicho de otro modo: la oposición que siempre se establece entre relativismo (o historicismo) y absolutismo, o incluso entre verdad e historia, es ficticia. Se puede rechazar el fundamento de tipo kelseniano, esa especie de proeza de la absolutización, sin quedarse en el vacío relativista. La pretensión de universalidad de los juristas está fundamentada, pero de un modo distinto a como la conciben ellos; no está fundamentada en una norma fundamental. Hay que abandonar la cuestión del fundamento y aceptar que el derecho, al igual que la ciencia o el arte (los problemas son los mismos en materia de derecho y de estética), puede estar fundamentado únicamente en la historia, en la sociedad, sin que por ello queden aniquiladas sus pretensiones de universalidad.

sábado, 13 de abril de 2024

FISHER, Mark, Realismo Capitalista, p. 76.

Lo que el capitalismo tardío toma del estalinismo, para repetirlo, es esta primacía de la evaluación de los símbolos del desempeño sobre el desempeño real. Así lo explicó Marshall Berman al referirse al proyecto del canal del Mar Blanco que Stalin inició en 1931:


Stalin parece haber estado interesado en forjar un simbolo hipervisible del desarrollo al punto que puso sobre el proyecto una presión tal que lo único que logró fue retrasar el desarrollo del proyecto. Los ingenieros y trabajadores no tenían el tiempo, el dinero ni el equipamiento necesarios para construir un canal lo suficientemente profundo y seguro para los barcos cargueros del siglo xx. En consecuencia, el canal nunca tuvo ningún impacto sobre la economía o el comercio soviéticos. Las embarcaciones que podían pasar a través de él no eran más que ferries turísticos que durante los años 30 se cargaban de escritores soviéticos y extranjeros que después proclamaban el éxito de la gigantesca obra. El canal se convirtió así en un triunfo de la publicidad: pero si la mitad del empeño que se puso en las campañas de relaciones públicas hubiera ido al canal en sí mismo, se habrían contado menos víctimas y más ventajas concretas: el proyecto se habría convertido así en una tragedia genuina y no en lo que fue: una farsa brutal en la que murieron personas reales en nombre de una especie de "pseudoevento".

FISHER, Mark, Realismo Capitalista p. 111-112

En su libro Tarrying with the Negative, Žižek argumenta que la ideología del capitalismo tardío es de hecho un cierto espinozismo. El punto de Žižek es que el rechazo espinoziano de la deontología y su preferencia por una ética basada en el concepto de salud efectivamente se llevan muy bien con el amoralismo y con la ingeniería afectiva del capitalismo. El ejemplo famoso es la lectura que hace Spinoza del mito cristiano de la caída y la fundación de la ley. Según Spinoza, Dios no condena a Adán porque la acción de comer la manzana fuera incorrecta, sino que le recomienda no comerla porque lo envenenará. Para Žižek, esta lectura constituye el e final dramático de la función paterna. Un acto no es malo porque papá diga que es malo; papá dice que es malo, en cambio, porque será dañino para uno mismo. Según Žižek, en este punto Spinoza le quita a la fundación de la ley el sustento que le proporcionaba el acto sadístico de la escisión (la crueldad de la castración) y, al mismo tiempo, niega la afirmación del poder en un acto de pura volición en el que el sujeto admite tener responsabilidad sobre todo. De hecho Spinoza ofrece inmensos recursos para analizar el régimen afectivo del capitalismo tardío, el aparato de control estilo Videodrome descripto por William Burroughs, Philip Dick y David Cronenberg en el que el poder se disuelve en una niebla fantasmagorica de toxinas psíquicas y físicas. Igual que Burroughs, Spinoza nos dice que la adicción no es un estado aberrante, sino la condición normal de los seres humanos, esclavizados por imágenes fijas de sí mismos y del mundo en conductas reactivas y repetitivas. La libertad, para Spinoza es algo que se logra cuando reconocemos las causas verdaderas de nuestras acciones, cuando podemos dejar atrás las "pasiones tristes" que nos intoxican.

No hay dudas de que el capitalismo tardío articula muchos de sus imperativos a través de (una cierta versión de) la salud. La prohibición de fumar en lugares públicos y las representaciones monstruosas de la dieta de la clase trabajadora en programas como You Are What You Eat parecen decir que estamos en presencia de un paternalismo sin Padre. No es que fumar esté "mal", sino que nos hará fracasar en el intento de tener vidas disfrutables y duraderas. Pero existen límites para este énfasis en la buena salud: por ejemplo, la salud mental y el desarrollo intelectual apenas si cuentan. Lo que tenemos enfrente, más bien, es un modelo hedónico y reduccionista de salud que se basa en "verse bien y sentirse bien". Enseñarle a la gente cómo hacer para perder peso o para decorar su casa está muy bien, pero hacer un llamado masivo al mejoramiento cultural y físico es considerado, por lo menos, autoritario y elitista. No se trata de un elitismo arraigado en la idea de que un tercero pueda conocer el interés de una persona mejor que la persona misma. (Los fumadores o bien no son conscientes de su propio interés, o bien no pueden actuar en consonancia con él.) El problema es que solo ciertos tipos de interés aparecen como relevan-tes en cuanto reflejan valores que se considera consensuados. Perder peso, decorar tu casa y mejorar tu apariencia pertenecen al régimen "consentimental".