En ese marco, el nuevo patrón de
acumulación que experimentó la economía argentina fue posible debido a la
conformación de un bloque de poder sustentado centralmente por la alianza entre
el capital financiero internacional y los grupos económicos locales. Así, la
última dictadura militar interrumpió la industrialización sustitutiva e impuso
un nuevo planteo económico y social que estaba basado en la valorización financiera
(1976-2001). No se trató solo de la enorme rentabilidad que obtuvieran los
bancos o el sistema financiero en general, sino sobre todo de la renta
financiera que percibieron los oligopolios líderes en los restantes sectores
económicos, entre los que se contaba la producción fabril, agro- pecuaria y,
posteriormente, los servicios públicos privatizados. Esto fue posible por la
mayor rentabilidad de la tasa de interés respecto de la de otras actividades
económicas, la notable concentración del ingreso y la fenomenal masa de
recursos pasibles de ser valorizados en la economía interna que ingresaban en
forma de deuda externa. Todo ello sobre la base de elevadas diferencias entre
la tasa de interés interna respecto de las vigentes en el mercado financiero
internacional.
De esta manera, las fracciones
del capital dominante contrajeron deuda externa para luego realizar con esos
recursos colocaciones en activos financieros en el mercado interno (títulos,
bonos, depósitos, etc.) con el propósito de valorizarlos debido al diferencial
positivo entre la tasa de interés interna e internacional, y después fugarlos
al exterior. La fuga es- tuvo intrínsecamente vinculada al endeudamiento
externo, porque este último no afectó el nivel de consumo de los sectores de
altos ingresos ni tampoco constituyó, en lo sustantivo, un modo de
financiamiento de la inversión o del capital de trabajo como en la sustitución
de importaciones, sino un instrumento para obtener renta financiera
deteriorando significativamente la formación de capital en el país.
Sin duda, este proceso no hubiera
sido factible sin una profunda modificación en el tipo de Estado que de allí en
más abandonó su preocupación por la expansión fabril y pasó a impulsar la
obtención de renta financiera por parte del nuevo bloque de poder. Esta
alteración se expresó al menos en tres procesos básicos. El primero de ellos
radicó en que la tasa de interés interna fue sistemáticamente mayor al costo
del endeudamiento en el mercado internacional, gracias al endeudamiento del
sector público con el mercado financiero interno,
donde era el mayor tomador de crédito en la economía local. El
segundo consistió en que el endeudamiento externo estatal fue el que posibilitó
la fuga de capitales locales al exterior al proveer las divisas necesarias para
que ello fuese posible. El tercero y último fue que la subordinación estatal a
la nueva lógica de la acumulación de capital por parte de las fracciones
sociales dominantes posibilitó la estatización, en determinadas etapas, tanto
de la deuda externa privada como de la deuda interna. Posteriormente, se privatizaron
las empresas públicas para favorecer al bloque de poder (tanto a los grupos
económicos locales y al capital extranjero que accedieron a su propiedad como a
los acreedores externos, dado que de esa manera cobraron los intereses
derivados de la deuda externa, cuyo pago se había obturado a fines de los años
ochenta).
La base económica y social para
que todo este proceso fuera posible fue el acentuado predominio del capital
sobre el trabajo, que se expresó en una manifiesta regresividad de la
distribución del ingreso y en un nivel de exclusión social que implicó un retroceso
que no tenía antecedentes históricos en la Argentina. Estas tendencias fueron
el producto de la convergencia de un salto cualitativo en el nivel de
explotación de los trabajadores con una severa y sostenida expulsión de mano de
obra que, al afectar a millones de asalariados, dio como resultado una inédita
tasa de desocupación y subocupación. No menos relevante fue el replanteo de la
dinámica política, no solo por la brutal represión al movimiento popular, sino,
además, ya durante los gobiernos constitucionales, por la implementación del
"transformismo", es decir, la cooptación de los dirigentes populares,
descabezando así a los sectores populares (Basualdo, 2001).