martes, 26 de marzo de 2024

Sanin, Carolina, Nuestro Haber en Revista El Gran Cuaderno, Nro. 2, 2023.

 

Algunos literatos hacen eco de la idea de que el interés en la gramática es antidemocrático y dicen que desdeña la expresividad y la creatividad renovadora de los individuos. Contra la gramática aducen, entre otras, la circunstancia de que algunos notables gramáticos nacionales fueran también políticos conservadores. les parece escandalosamente retrógrado que alguien discuta sobre un punto gramatical, puesto que lo mismo hicieron los gobernantes del siglo diecinueve. Creen que su ataque contra la curiosidad gramatical rebosa de progresismo e igualitarismo; que el rechazo a la gramática redunda en un voto por la justicia social. No se dan cuenta de que el interés por la gramática trasunta el interés por la conservación del espacio público. Quien mira la gramática y la explora -y entonces decide si viola sus leyes o las doblega o las cumple o asume su promulgación- mira un espacio fundamental que es de todos y que todos tienen derecho de habitar y conocer -y que todos pueden también, venturosamente, vandalizar (como se hace en esta línea con el anglicismo)-.

 

Cuando protestamos porque un gobernante no se interesa en conocer su lengua y en hablarla de la manera como la lengua sabe hablarse, denunciamos el desdén del gobernante frente a la nación, frente o la experiencia de los vivos y los muertos de la tierra, y frente a los haberes del país. Cuando insistimos en que nuestro gobernante debe conocer la gramática de nuestra lengua, consideramos que el gobernante debe someterse a la ley de todos. Cuando decimos que los jóvenes deben aprender la gramática de su lengua, sugerimos que los jóvenes deben conocer las leyes que rigen sus intercambios, no solo para cumplirlas, sino para sospechar de ellas y criticarlas. Quien aspira a "dominar la lengua" realmente aspira a darse cuenta de que la lengua sobrecogedoramente lo posee. Y, lejos de satisfacerse en la arrogancia, aspira a tener un vislumbre de su inmensidad de su ignorancia.

 

Educar en la lengua es educar en la razón. Es cierto que el conjunto de lo concebible -y obviamente el conjunto de lo real- excede la lengua, pero no es cierto que lo pensable la exceda. Todo lo que el logos puede armar y ver está, con sus infinitas variantes, dentro de la lengua, y solo puede conocerse en ella, que es su encarnación y su vida. Puede concebirse lo que no puede decirse -en ese caso, no se dice-; pero pensar que lo que se dice con torpeza supera el saber de la lengua no parece mucho más que una justificación grandilocuente de la frivolidad y el egoísmo. El conocimiento de la lengua no tiene que derivar en la normalización o en la uniformización; antes bien, es el error consuetudinario lo que tiende a convertirse en uniforme. Con argumentos supuestamente igualitarios contra la enseñanza de la gramática, se priva a todo el mundo de un instrumento crítico y de un instrumento de resistencia efectiva frente al poder. Al decir que la escritura gramatical es para ricos o para burgueses o para hombres heterosexuales blancos o para conservadores librescos se excluye a todo el mundo del conocimiento de su herramienta más básica y de su lugar propio. Y eso parece muy despótico.

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