miércoles, 26 de junio de 2019

SCALABRINI ORTIZ, Raúl, Historia de los Ferrocarriles Argentinos, Plus Ultra, Buenos Aires, 1984.

La historia del Ferrocarril del Oeste reconforta, asombra e indigna. Reconforta, porque la suma de esfuerzos ordenados que se aúnan en su construcción, en su dirección y en su administración. disipa una vil leyenda que presupone a los argentinos como incapaces de toda tarea constructiva, directiva o administrativa. Mientras el Oeste fue un ferrocarril genuinamente argentino, no pudo difundirse esa fábula desmoralizadora, que sirve de pantalla a la dominación extranjera y a los manejos de sus servidores.
Durante los 27 años en que perteneció al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, el Ferrocarril del Oeste fue la línea más lujosa, la menos dispendiosa en sus erogaciones burocrático-administrativas, la que ofrecía al productor fletes y pasajes más económicos. Era una empresa modelo que enorgullecía a los argentinos con relación a la cual todas las empresas ferroviarias inglesas establecidas entre nosotros pasaban, sin excepción, a un segundo plano de subalternidad. A través de sus enseñanzas puede inducirse todo lo grande y empeñoso que hubiéramos pedido acometer y realizar, a no haber mediado la voluntad extenuadora que ha impedido toda elaboración legítimamente argentina.

Triste intervención de Granara Insua en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires -AUDIENCIA PÚBLICA 9 de septiembre de 2014 - Emplazamiento del monumento a Cristóbal Colón



 “Difundiendo esa fábula desmoralizadora, que sirve de pantalla a la dominación extranjera y a los manejos de sus servidores.” Scalabrini Ortiz

“Sr. Granara Insua.- Es una profanación al patrimonio artístico argentino.
Es un acto de humillación, desprecio y discriminación hacia las colectividades italiana y española, que hicieron el país y la Nación. (Aplausos.) Siempre nos gusta recordar, en los tiempos de mayo, que el gobierno patrio decidió levantar una pirámide para recordar ese hecho. Se buscó por todas partes un albañil nativo para llevar a cabo esa tarea. Pasaron los meses, pasó mucho tiempo y no se pudo concretar hasta que apareció un albañil italiano, que hizo la Pirámide de Mayo. (Aplausos) Hicieron el Teatro Colón. Hicieron esta casa. Hicieron todos los palacios de Buenos Aires y el país. Levantaron las universidades y facultades. Nos dieron los más grandes artífices de la ciencia y el arte. Todos fueron italianos, españoles y otros inmigrantes. Y ahora se nos discrimina a todos y se pisotea la memoria, aun de los que no habían hecho la América. (Aplausos) Hoy un señor habló aquí de las casas de chapa y madera de La Boca, donde yo resido hace cinco o seis generaciones. Los de las casas de madera y chapa trabajaban de sol a sol para mantener a su familia. Nadie les dio un plan de trabajo. Nadie les dio una prebenda. (Aplausos prolongados.) Nadie les llevó un pan dulce para las fiestas. Ellos eran libres pensadores. No les compraron la conciencia. Por eso encontraron ese lugar. Se trata de la falta de transparencia en el manejo de los dineros públicos, de la tergiversación y falseamiento de hechos históricos. Es un acto de ultraje a la memoria colectiva de todos, no solo de los italianos. Se trata de la apropiación y manipulación de bienes públicos, la vulneración de la autonomía de la Ciudad, la apropiación indebida de la Plaza Colón, la destrucción de un monumento arrancándolo de su sitio específico. (Aplausos.) Para finalizar, yo comprendo el compromiso de todos. Comprendo hasta a los comerciantes que vinieron con proyectos para hacer negocios y se retiraron. Ninguno de ellos habló de identidad o de memoria.”

BIALET MASSÉ, Juan, Informe sobre el estado de las clases obreras argentinas, Hyspamerica Ediciones, Bueno Aires, 1986.

No se tiene en cuenta que el inmigrante no es lo selecto de su país, no es el
propietario que tiene su pasar en la pequeña propiedad que heredó de sus padres, y que la cuida y hace producir para mantener a sus hijos, sino el bracero que el exceso de población y las escaseces de retribución hacen salir en busca de una vida mejor. Los que estando bien vienen a buscar el modo de hacer rápida fortuna son los menos, las excepciones; y yo encuentro hasta ridícula la pretensión de que la inmigración ha de ser seleccionada, lo mejor, porque nadie se desprende para el vecino de lo mejor de su casa, que procura conservarlo y guardarlo para sí.
El hecho continental desde el Canadá y los Estados Unidos hasta Chile y la República Argentina, es que el inmigrante viene más pobre que el reñícola, y que es inferior a éste, al menos porque no conoce el país y tiene que adaptarse, y se adapta, no siguiendo antes de establecerse un curso de agricultura, sino conchavándose para ganar la vida, o si ha traído con que comprar el lote imitando a su vecino, porque no tiene otro criterio.
La gran ventaja y la única ventaja que tiene el inmigrante es el hábito de ahorro; pero este mismo lo dirige mal; las facilidades de adquirir, en vez de llevarlo a la variedad de cultivos que le harían bastarse a sí mismo, que le darían trabajo todo el año, le llevan a la extensión, a las grandes zonas. No olvidaré nunca la satisfacción suprema con que me dijo un italiano: yo soy propietario de más del doble del terreno que posee el Rey de Italia.
Ese colono aprende a arar y a sembrar trigo, y de ahí no pasa; no cultiva una cebolla porque no sabe; mientras en el Interior, aun en las antiguas reducciones, hay muchos que saben y hacen, viviendo una vida mezquina, que podrían ser grandes elementos de progreso para el país sirviendo de ejemplos vivos de enseñanza práctica.
En tal sentido he hablado en mi informe anterior de colonias criollas en Santa Fe y Córdoba, para sacar a esos criollos de los rincones en que viven; no para crearles un hogar, que generalmente ya tienen, sino para mejorárselo y para que sirvan de ejemplo, para que induzcan al agricultor, que hoy pierde la mitad de su tiempo, a que lo aproveche en ocupaciones productivas, procurando el arraigo en cada comarca de las gentes necesarias para satisfacer las necesidades de la producción, dándole así bases estables.
Así veo pensar al doctor Arata, al doctor Ramos Mejía, al doctor Gallegos y a todos cuantos se dan cuenta del estado del país y buscan su remedio con amor, ajenos a miras personales y políticas.
Pero no basta dar instrucción práctica y educar el carácter, es necesario de todo punto elevar el patriotismo; la depresión de este sentimiento es manifiesta; muchas causas concurren a debilitarlo.
No hace muchos días decía un diario de esta capital, y por cierto no en son de crítica, que en las calles de esta ciudad cosmopolita los trajes más abigarrados no llamaban la atención de nadie; sólo el traje criollo era chocante y ridículo.
En ese mismo diario, para ponderar un acto de injusticia, se decía: «Es un acto de justicia criolla»; y todos los días y a cada rato, los desaciertos de la política, los abusos electorales, los desmanes policiales, todo lo malo no encuentra calificativo más aplastante que el de criollo.
Los vicios no son malos por sí mismos en lo que tienen de común en la humanidad, sino en lo que tienen de criollo. Los miembros de una nacionalidad se reúnen y se embriagan: eso está en sus costumbres, nada tiene de particular; pero se embriaga un criollo el sábado, ese es vicio criollo. Pululan por las calles cientos y miles de inmigrantes llenos de robustez y de salud implorando la caridad pública, en vez de ir a trabajar a las colonias que los llaman; se explica como un inconveniente de la inmigración; no quieren ir a lo desconocido; pero si entre esos miles hay uno por ciento de criollos, es intolerable, este pueblo no tiene remedio, debe desaparecer víctima de la ociosidad y de los vicios.
Esto lo oye, lo lee y lo ve todos los días el criollo, y lo que es peor, como lo he hecho notar en muchos capítulos de este informe, cuando en verdad es superior en calidad y fuerza, se le paga menos por su trabajo porque es criollo; así como no es posible que una mujer, aunque haga más y mejor trabajo que un hombre gane tanto como éste, no es posible que el criollo gane tanto o más que el extranjero; su nacionalidad es una causa deprimente.
¿Es así como se eleva el carácter de los pueblos y se los estimula?
Esto lo que produce es el menosprecio de sí y de lo propio; y no puede apreciar a los demás quien no tiene el aprecio de sí y de lo suyo.
El amor de la humanidad, la fraternidad universal, no pueden existir sino como una sobreextensión del amor en la unidad elemental, en la familia. ¿Cómo amará la tierra entera y la considerará como la patria de todos los hombres, quien no tiene un especial y concentrado amor al suelo que dio la materia para formar sus huesos y sus carnes? ¿Cómo podrá decir que ama fraternalmente a todos los hombres quien no tiene la idea del amor y de la solidaridad de los que nacieron del mismo seno? ¿Cómo se extenderá lo que no existe?
Esas fraternidades preconizadas por los que las utilizan de inmediato, a cambio de una reciprocidad que no se hará efectiva nunca, tienen todos los ribetes de una explotación más o menos hábil, pero no son sinceras.
Y en verdad cada hombre lleva ese amor encarnado, a pesar de todo lo que él mismo quiera hacer para contradecirlo. En Tucumán como en Buenos Aires, en Mendoza como en el Rosario, después de uno de esos discursos que a fuerza de repetirse se han hecho ya tan comunes y necesarios, he tomado anarquistas catalanes, los más fanáticos, ya enfermos, y les he hecho ver los defectos o vicios que allí se padecen. La enfermedad hace alto: Barcelona es el paraíso de la tierra, la ciudad ideal, el obrero catalán es el primero del mundo; el anarquista italiano, por enfermo que esté, por más que quiera destruir medio mundo, ¡ma l´Italia e bella! para el otro, la civilización y el progreso humano no pueden existir sin la Francia; y el inglés no es anarquista, porque el mundo es suyo, y todo lo que no es inglés no tiene más derecho que el honor de dejarse explotar por los ingleses.
Nada diré del poder corruptor de las grandes empresas, ni tampoco del que labra su fortuna contando por los pesos que acumula los días que le faltan para dar la vuelta; y sería largo detallar tantas causas como concurren a enervar el patriotismo, sin el cual no hay pueblo grande posible.
Hay, pues, que elevar ese sentimiento, dignificar al criollo, crearle el alto aprecio de sí mismo, para que aprecie y respete a los que vienen. Nadie puede creer que se le ha de tratar en una casa, por más que sea el día del convite, mejor que a los de la casa misma.
La letra de la Constitución es hacer partícipe a los hombres de toda la tierra del bienestar del pueblo argentino; supone que es ese el objeto primordial del gobierno: crearlo para participarlo.
Y no me cabe la menor duda: la mejor propaganda, el mejor llamado para el extranjero, es el bienestar del hijo del país.