martes, 30 de junio de 2009

Teología de la Liberación, perspectivas.


Gustavo Gutiérrez

Pág. 95

2 - Toma de conciencia de una situación alienante

Hace mucho tiempo que se habla en ambientes cristiano del “problema social” o de la “cuestión social”, pero solo en los últimos años se ha tomado conciencia clara de la amplitud de la miseria y, sobre todo, de la situación de opresión y alienación en que vive la inmensa mayoría de la humanidad. Estado de cosas que representa una ofensa al hombre, y, por consiguiente, a Dios. Más aún, se percibe mejor tanto la propia responsabilidad en esta situación, como el impedimento que ella representa para la plena realización de todos los hombres, explotados y explotadores.

Se ha tomado conciencia también, y cruelmente que un amplio sector de la iglesia está de una manera o de otra, ligado a quienes detentan el poder económico y político en el mundo de hoy. Sea que pertenezcan a los pueblos opulentos o opresores, sea que en los países pobres –como América Latina- este vinculado con las clases explotadoras.

En esas condiciones, ¿puede decirse honestamente que la iglesia no interviene en lo temporal? Cuando con su silencio o sus buenas relaciones con él, legitima un gobierno dictatorial y opresor, ¿está cumpliendo solo una función religiosa? Se descubre entonces que la no intervención en materia política vale para ciertos actos que comprometen a la autoridad eclesiástica, pero no para otros. Es decir, que ese principio no es aplicado cuando se trata de mantener el statu quo; pro es esgrimido cuando por ejemplo un movimiento de apostolado laico o un grupo sacerdotal toma una actitud considerada subversiva frente al orden establecido. En América Latina la distinción de planos sirve para disimular la real opción política de un grueso sector de la Iglesia por el orden establecido. Es interesante observar, en efecto, que mientras no se tenía una clara conciencia del papel político de la iglesia, la distinción de planos era mal vista tanto por la autoridad civil como eclesiástica; pero desde que el sistema, del cual la institución eclesiástica es una pieza central, empezó a ser rechazado, ese esquema fue adoptado para dispensarse de tomar partido efectivo por los oprimidos y despojados cristianos. Los grupos dominantes que siempre se sirvieron de la iglesia para defender sus intereses y mantener su situación de privilegio apelan hoy, al ver las tendencias “subversivas” que se abren paso en el seno de la comunidad cristiana, a la función puramente religiosa y espiritual de la iglesia. La bandera de la distinción de planos ha cambiado de manos. Hasta hace unos años defendida por los elementos de vanguardia es actualmente sostenida por los grupos de poder, muchos de ellos ajenos a todo compromiso con la fe cristiana. No nos engañemos, sin embargo; los propósitos son muy diferentes. Cuidémonos de hacer el juego a los más torvos.

Además, ante la inmensa miseria e injusticia, ¿no debería la iglesia –sobre todo allí donde, como América Latina, tiene una gran influencia social- intervenir más directamente y abandonar el terreno de las declaraciones líricas? De hecho, lo hacía algunas veces, pero diciendo que se trataba una función supletoria. La amplitud y permanencia del problema parecen hacer insuficiente hoy esta fundamentación. Opciones más recientes, como la de Medellín, han rebasado esos límites y exigen otra base teológica.

En resumen, las opciones políticas se radicalizan y los compromisos concretos que los cristianos van asumiendo ponen de manifiesto la insuficiencia del esquema teológico pastoral de la distinción de planos.

lunes, 22 de junio de 2009

La conjura de los necios, John Kennedy Toole



"Cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él".

Jonathan Swift

Ignatius J. Reilly describe “Levy Pants” la fabrica en donde esta planeando una conspiración para seducir a Myrna Minkoff:

“La fabrica es un edificio grande, tipo granero, que alberga piezas de tela, mesas de cortar, maquinas de coser inmensas y hornos que proporcionan el vapor necesario para el planchado. El efecto global es más bien surrealista, especialmente cuando uno ve a Les Africans moviéndose por allí, consagrados a sus tareas en este medio mecanizado. He de admitir que la ironía que todo esto encerraba cautivó mi imaginación. Surgió en mi mente una cosa de Joseph Conrad, aunque o logro recordar exactamente cuál en este momento. Quizás me equiparase a Kurtz, de El corazón de las tinieblas” cuando lejos de las oficinas mercantiles de Europa se enfrentó con el horror final. Recuerdo que me imaginé con un salakoff y unos pantalones de montar blancos de lino, mi rostro enigmático tras el velo de mosquitera.

Los hornos mantienen el lugar más bien cálido y sofocante en estos días frescos, pero sospecho que, en verano, los obreros gozan una vez más del clima de sus antepasados, un calor tropical algo ampliado por esos grandes artilugios que queman carbón y producen vapor. Tengo entendido que la fábrica no funciona ahora a pleno rendimiento, y observe que solo funciona uno de aquellos artilugios, quemando carbón, y lo que parecía una de esas mesas de cortar. Además, solo vi terminar unos pantalones mientras estuve allí, aunque los trabajadores se movían sin cesar con piezas de tela de todo tipo. Una mujer estaba planchando, según comprobé, ropa de niño; y otra parecía hacer notables progresos con los fragmentos de satén color fucsia que estaba uniendo en una de las grandes máquinas de coser. Tuve la impresión de que confeccionaba un vestido de noche de mucho colorido, y bastante lascivo, además. He de decir que me admiraba la eficacia con que manejaba el material, moviéndolo de un lado al otro bajo aquella inmensa aguja eléctrica. Esta mujer era sin duda una trabajadora muy diestra y, pensé, que era doblemente lamentable que no consagrase su talento a la creación de unos pantalones…pata Levy Pants. Evidentemente había un problema moral en la fábrica.

Busque al Sr. Palermo, el encargado, que suele estar siempre por otra parte, a sólo unos pasos de la botella, como puede testimoniar las muchas confusiones que se han producido, cayéndose entre las mesas de cortar y las máquinas de coser. Lo busqué sin ningún éxito. Debía estar trasegando un almuerzo líquido en una de las muchas tabernas de los alrededores de nuestra empresa. En os alrededores de Levy Pants hay un bar en cada esquina, indicio de que en la zona, los salarios son abismalmente bajos. En calles en las que los habitantes están particularmente desesperados, hay hasta tres y cuatro bares en cada cruce.

Yo, en mi inocencia, sospeche que la raíz de la apatía que había observado entre los obreros era aquel jazz indecoroso que emitían los altavoces estridentes de las paredes. La psique bombardeada por esos ritmos no puede aguantar mucho tiempo, y se descompone y atrofia. E consecuencia busqué y apagué el interruptor que controlaba la música. Esta acción mía, produjo un griterío general de protesta, bastante estridente y desafiantemente grosero, del conjunto de los trabajadores, que empezaron a mirarme hoscamente. Así que puse de nuevo la música, con una amplia sonrisa y un gesto amistoso, en una tentativa de reconocer mi error de juicio y ganarme la confianza de los trabajadores. (sus inmensos ojos blancos estaba ya inquietándome como un “Mister Charlie”. Tendría que luchar para mostrarles mi dedicación casi psicótica a ayudarles).

Era evidente que la presión constante de aquella música les había creado una reacción casi pavloviana al ruido, reacción que creían ya un placer. Como he pasado incontables horas de mi vida viendo a esos niños corrompidos de la televisión bailando al ritmo de tal género de música, conocía el espasmo físico que podía producir en teoría, e intenté allí mi propia versión conservadora del mismo, para pacificar aún más a los obreros. He de admitir que mi cuerpo se movió con sorprendente agilidad; no carezco de cierto sentido innato del ritmo, sin duda mis ancestros se debieron destacar bailando en las praderas y páramos de la Hiberna legendaria. Ignorando las miradas de los trabajadores, comencé a dar vueltas bajo uno de los altavoces gritando, contorsionándome y mascullando locamente < ¡adelante! ¡adelante! ¡Hazlo muchacho, hazlo! ¡Escuchad lo que voy a deciros! ¡Buf!>. Me di cuenta de que había recuperado terreno cuando varios obreros comenzaron a señalarme y a reírse. Me reí a mi vez para demostrar que compartía su alegría. De casibus virorum Illusttrium! ¡De la caída de los grandes hombre! Se produjo mi caída. Literalmente. Mi peculiar organismo, debilitado por las vueltas (sobre todo en la región de las rodillas), se sublevó al fin y caí a plomo al suelo en mi insensata tentativa de ejecutar uno de los pasos más egregiamente perversos, uno que había visto muchas veces en la televisión. Los obreros parecieron inquietarse un tanto y me ayudaron a levantarme muy cortésmente, sonriendo del modo más cordial. Advertí entonces que ya no tenía porque temer por el faux pas de apagarles la música.

Pese a lo que están sometidos, los negros son una gente bastante agradable en general. Yo había tenido poca relación con ellos en realidad, pues solo me relaciono con mis iguales, y como no tengo iguales, no me relaciono con nadie. Al hablar con unos obreros, todos los cuales parecían deseosos de hablar conmigo, descubrí que cobraban aún menos que la señorita Trixie.

Siempre he sentido, en cierto modo, una especie de afinidad en la gente de color, porque su situación es igual a la mía: nos hallamos fuera del círculo de la sociedad norteamericana. Mi exilio es voluntario, por supuesto. Es evidente, sin embargo, que muchos negros desean convertirse en miembros activos de la clase media norteamericana. La verdad es que no puedo entender por qué. He de admitir que este deseo suyo me lleva a poner en entredicho sus juicios de valor. Pero si quieren integrarse a la burguesía, no es asunto mío, en realidad. Pueden ratificar si quieren su propia condenación. Yo, personalmente, protestaría con todas mis fuerzas si sospechase que alguien intentaba auparme a la clase media. Lucharía contra el individuo descarriado que intentase auparme, desde luego. La lucha tomaría la de manifestaciones de protesta con los carteles y pancartas tradicionales, que, en este caso dirían: “Muera la clase media”, “abajo la clase media” No me importaría tampoco lanzar uno o dos cócteles molotov. Además, evitaría meticulosamente sentarme junto a miembros de la clase media en restaurantes y en transportes públicos, manteniendo incólumes la honradez y la grandeza de mi ser. Si un blanco de clase media fuera lo bastante suicida como para sentarse a mi lado, imagino que lo golpearía sonoramente en la cabeza y en los hombros con una manaza, arrojando, con suma destreza, uno de mis cócteles molotov a un autobús atiborrado de blancos de clase media con la otra. Aunque el asedio durase un mes o un año, estoy seguro de que al final me dejarían en paz, una vez evaluado el total de carnicería y de destrucción de propiedad.

Admiro el terror que son capaces de inspirar los negros en los corazones de algunos miembros del proletariado blanco y solo desearía (esta es una confesión muy personal) poseer la misma capacidad de aterrar. El que es negro aterra simplemente por serlo; yo, sin embargo, tengo que esforzarme un poco para lograr el mismo fin. Quizás debería haber sido negro. Sospecho que habría sido un negro muy grande y muy aterrador, un negro que apretase constantemente su muslo monumental contra los muslos marchitos de las viejecitas blancas en los transportes públicos y provocase más de un grito de pánico. Además, si fuera negro, mi madre no me presionaría para que encontrara un trabajo bueno, pues no habría ningún trabajo bueno a mi disposición. Y además mi madre, una vieja negra agotada, estaría demasiado abatida por años de duro trabajo como doméstica, para salir a jugar a los bolos de noche. Ella y yo viviríamos muy agradablemente en una choza mohosa de los suburbios, en un estado de paz sin ambiciones, comprendiendo satisfechos que no se nos quería, y que luchar y esforzarse no tenía sentido.

Sin embargo, no quiero presenciar el asqueroso espectáculo de la ascensión de los negros al seno de la clase media. Considero este movimiento una gran ofensa a su integridad como pueblo. Pero volvamos a lo nuestro, es decir, a Levy Pants, la mercantil musa de esta empresa concreta.”

domingo, 7 de junio de 2009

El Gatopardo-Giuseppe Tomasi di Lampedusa


El Gatopardo

Giuseppe Tomasi di Lampedusa

(Fragmento de la novela)

Pero añadiré que no es justo culpar al desprecio sólo a los –señores- , puesto que este es un vicio universal. Quien enseña en la Universidad desprecia al maestrillo de las escuelas parroquiales, aunque no lo demuestre, y como esta usted durmiendo puedo decirle sin reticencia que nosotros los eclesiásticos nos consideramos superiores a los laicos, y nosotros los jesuitas superiores al resto del clero, como ustedes a los herlobarios desprecian a los sacamuelas quienes a su vez se ríen de ustedes. Los médicos, por su parte, se toman a guasa a los sacamuelas y a los herlobarios, y ellos son tratados, por su parte, de asnos por los enfermos que pretenden continuar viviendo con el corazón o el hígado hecho puré. Para los magistrados los abogados no son más que incordios que tratan de demorar el funcionamiento de las leyes, y por otra parte, la literatura esta llena de sátiras contra la pomposidad y, peor aun, la ignorancia de los mismos jueces. Solamente los labradores se desprecian a si mismos. Cuando hayan aprendido a burlarse de los otros, el ciclo se habrá cerrado y entonces será necesario volver a empezar.

¿Pensó alguna vez, don Pietrino, en cuantos nombres de oficio se han convertido en injurias? ¿Desde los mozo de cuerda, remendón y pastelero, a los de reitre y de pompier en francés? La gente no piensa en los méritos del mozo de cuerda o de los bomberos, mira solo sus defectos marginales y los llama a todos villanos y jactanciosos. Y como no puede oírme puedo decirle que conozco muy bien el significado corriente de la palabra “jesuita”[1]. Estos nobles tienen además el pudor de sus propias calamidades; he visto a un desdichado que decidió matarse al día siguiente y que parecía sonriente y vivaz como un niño en vísperas de su Primera Comunión. Sin embargo, usted, don Pietrino, lo sé, si se viera obligado a beber uno de sus mejunjes de se ensordecería el pueblo con sus lamentos. La ira y la befa son señoriales; la elegía, la jeremiada, no. Le voy a dar una receta: si encuentra a un señor que se lamenta y se queja, mire su árbol genealógico; enseguida encontrará en el una rama seca. Un linaje difícil de suprimir porque en el fondo se renueva continuamente y porque cuando es necesario sabe morir bien, es decir sabe arrojar una semilla en el momento del fin. Mire Francia; se hicieron matar con elegancia y ahora están allí como antes, digo como antes porque no son los latifundios ni los derechos feudales los que hacen al noble, sino las diferencias. Ahora me dicen que en París hay condes polacos a quienes la insurrección y el despotismo han obligado al exilio y la miseria. Hacen de cocheros, pero miran a sus clientes burgueses con tal ceño que los pobrecillos suben al coche, sin saber por qué, con el aire de un perro en una iglesia. Y también le diré, don Pietrino, que, si como tantas veces ha sucedido, tuviera que desaparecer esta clase, se constituiría enseguida otra equivalente, con los mismos méritos y los mismos defectos. Acaso no se basara ya en la sangre, sino, ¡que se yo!, en la antigüedad en cuanto a la presencia en un lugar, o su pretendido mejor conocimiento de cualquier presunto texto sagrado.


[1] Persona hipócrita y astuta

martes, 2 de junio de 2009

MARCOLA


Entrevista con "Marcola", líder carcelario brasileño



El hombre invisible y la conciencia oculta de Brasil

Por Ozorio Fonseca

En mayo de este año el diario O Globo de Brasil en su separata Segundo Caderno, publicó una ’Entrevista a Marcola del PCC’. El es Marcos Camacho, jefe de la banda carcelaria de Sao Paulo denominada Primer Comando de la Capital (PCC). La siguiente es la traducción textual del reportaje.- ¿Usted es del PCC?

- Más que eso, yo soy una señal de estos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes nunca me miraron durante décadas y antiguamente era fácil resolver el problema de la miseria. El diagnostico era obvio: Migración rural, desnivel de renta, pocas villas miseria, discretas periferias; la solución nunca aparecía... ¿Qué hicieron? Nada.

¿El Gobierno Federal alguna vez reservó algún presupuesto para nosotros? Nosotros sólo éramos noticia en los derrumbes de las fabelas de los cerros o en la música romántica sobre ’la belleza de esas montañas al amanecer’, esas cosas... Ahora estamos ricos con la multinacional de la droga. Y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de vuestra conciencia social ¿Vio? Yo soy culto. Leo al Dante en la prisión.

- Pero la solución sería...

- ¿Solución? No hay solución, hermano. La propia idea de ’solución’ ya es un error. ¿Ya vio el tamaño de las 560 villas miseria de Río? ¿Ya anduvo en helicóptero por sobre la periferia de San Pablo? ¿Solución, cómo? Sólo la habría con muchos millones de dólares gastados organizadamente, con un gobernante de alto nivel, una inmensa voluntad política, crecimiento económico, revolución en la educación, urbanización general y todo tendría que ser bajo la batuta casi de una ’tiranía esclarecida’ que saltase por sobre la parálisis burocrática secular, que pasase por encima del Legislativo cómplice.

¿O usted cree que los chupasangres no van a actuar? Si se descuida van a robar hasta al PCC. Tendría que haber una reforma radical del proceso penal del país, tendría que haber comunicaciones e inteligencia entre policías municipales, provinciales y federales (nosotros hacemos hasta conference calls entre presidiarios...) Y todo eso costaría billones de dólares e implicaría una mudanza psicosocial profunda en la estructura política del país. O sea: es imposible. No hay solución.

- ¿Usted no tiene miedo a morir?

- Ustedes son los que tienen miedo a morir, yo no. Mejor dicho, aquí en la cárcel ustedes no pueden entrar y matarme, pero yo puedo mandar matarlos a ustedes allí afuera. Nosotros somos hombres-bombas. En las villas miseria hay cien mil hombres-bombas. Estamos en el centro de lo insoluble mismo. Ustedes en el bien y el mal y, en medio, la frontera de la muerte, la única frontera. Ya somos una nueva ’especie’, ya somos otros bichos, diferentes a ustedes. La muerte para ustedes es un drama cristiano en una cama, por un ataque al corazón. La muerte para nosotros es la comida diaria, tirados en una fosa común. ¿Ustedes intelectuales no hablan de lucha de clases, de ser marginal, ser héroe? Entonces ¡llegamos nosotros! ¡Ja, ja, ja...!

Yo leo mucho; leí 3.000 libros y leo al Dante, pero mis soldados son extrañas anomalías del desarrollo torcido de este país. No hay más proletarios, o infelices, o explotados. Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad. Ya surgió un nuevo lenguaje. ¿Ustedes no escuchan las grabaciones hechas ’con autorización’ de la justicia? Es eso. Es otra lengua. Está delante de una especie de post miseria. Eso. La post miseria genera una nueva cultura asesina, ayudada por la tecnología, satélites, celulares, Internet, armas modernas. Es la mierda con chips, con megabytes. Mis comandados son una mutación de la especie social. Son hongos de un gran error sucio.


- ¿Qué cambió en las periferias?

- Plata. Nosotros ahora tenemos. ¿Usted cree que quien tiene 40 millones de dólares como Beira Mar no manda? Con 40 millones de dólares la prisión es un hotel, un escritorio... ¿Cuál es la policía que va a quemar esa mina de oro, entiende? Nosotros somos una empresa moderna, rica. Si el funcionario vacila, es despedido y ’colocado en el microondas’. Ustedes son el estado quebrado, dominado por incompetentes. Nosotros tenemos métodos ágiles de gestión. Ustedes son lentos, burocráticos. Nosotros luchamos en terreno propio. Ustedes, en tierra extraña. Nosotros no tememos a la muerte. Ustedes mueren de miedo. Nosotros estamos bien armados. Ustedes tienen calibre 38.

Nosotros estamos en el ataque. Ustedes en la defensa. Ustedes tienen la manía del humanismo. Nosotros somos crueles, sin piedad. Ustedes nos transformaron en ’super stars’ del crimen. Nosotros los tenemos de payasos. Nosotros somos ayudados por la población de las villas miseria, por miedo o por amor. Ustedes son odiados. Ustedes son regionales, provincianos. Nuestras armas y productos vienen de afuera, somos ’globales’. Nosotros no nos olvidamos de ustedes, son nuestros ’clientes’. Ustedes nos olvidan cuando pasa el susto de la violencia que provocamos.

- ¿Pero, qué debemos hacer?

- Les voy a dar una idea, aunque sea en contra de mí. ¡Agarren a ’los barones del polvo’ (cocaína)! Hay diputados, senadores, hay generales, hay hasta ex presidentes del Paraguay en el medio de la cocaína y de las armas. ¿Pero, quién va a hacer eso? ¿El ejército? ¿Con qué plata? No tienen dinero ni para comida de los reclutas. El país está quebrado, sustentando un estado muerto con intereses del 20 % al año, y Lula todavía aumenta los gastos públicos, empleando 40 mil sinvergüenzas.

¿El ejército irá a luchar contra el PCC? Estoy leyendo Klausewitz, ’Sobre la Guerra’. No hay perspectiva de éxito. Nosotros somos hormigas devoradoras, escondidas en los rincones. Tenemos hasta misiles anti-tanque. Si embroman, van a salir unos Stinger. Para acabar con nosotros... solamente con una bomba atómica en las villas miseria. ¿Ya pensó en eso? ¿Ipanema radiactiva?


- Pero... ¿No habrá una solución?

- Ustedes sólo pueden llegar a algún éxito si desisten de defender la ’normalidad’. No hay más normalidad. Ustedes precisan hacer una autocrítica de su propia incompetencia. Pero ser francos, en serio, en la moral. Estamos todos en el centro de lo insoluble. Sólo que nosotros vivimos de él y ustedes no tienen salida.

Sólo la mierda. Y nosotros ya trabajamos dentro de ella. Entiéndame, hermano, no hay solución. ¿Saben por qué? Porque ustedes no entienden ni la extensión del problema. Como escribió el divino Dante: ’Pierdan todas las esperanzas. Estamos todos en el infierno’.

O Globo / La Haine