
El Gatopardo
Giuseppe Tomasi di Lampedusa
(Fragmento de la novela)
Pero añadiré que no es justo culpar al desprecio sólo a los –señores- , puesto que este es un vicio universal. Quien enseña en la Universidad desprecia al maestrillo de las escuelas parroquiales, aunque no lo demuestre, y como esta usted durmiendo puedo decirle sin reticencia que nosotros los eclesiásticos nos consideramos superiores a los laicos, y nosotros los jesuitas superiores al resto del clero, como ustedes a los herlobarios desprecian a los sacamuelas quienes a su vez se ríen de ustedes. Los médicos, por su parte, se toman a guasa a los sacamuelas y a los herlobarios, y ellos son tratados, por su parte, de asnos por los enfermos que pretenden continuar viviendo con el corazón o el hígado hecho puré. Para los magistrados los abogados no son más que incordios que tratan de demorar el funcionamiento de las leyes, y por otra parte, la literatura esta llena de sátiras contra la pomposidad y, peor aun, la ignorancia de los mismos jueces. Solamente los labradores se desprecian a si mismos. Cuando hayan aprendido a burlarse de los otros, el ciclo se habrá cerrado y entonces será necesario volver a empezar.
¿Pensó alguna vez, don Pietrino, en cuantos nombres de oficio se han convertido en injurias? ¿Desde los mozo de cuerda, remendón y pastelero, a los de reitre y de pompier en francés? La gente no piensa en los méritos del mozo de cuerda o de los bomberos, mira solo sus defectos marginales y los llama a todos villanos y jactanciosos. Y como no puede oírme puedo decirle que conozco muy bien el significado corriente de la palabra “jesuita”[1]. Estos nobles tienen además el pudor de sus propias calamidades; he visto a un desdichado que decidió matarse al día siguiente y que parecía sonriente y vivaz como un niño en vísperas de su Primera Comunión. Sin embargo, usted, don Pietrino, lo sé, si se viera obligado a beber uno de sus mejunjes de se ensordecería el pueblo con sus lamentos. La ira y la befa son señoriales; la elegía, la jeremiada, no. Le voy a dar una receta: si encuentra a un señor que se lamenta y se queja, mire su árbol genealógico; enseguida encontrará en el una rama seca. Un linaje difícil de suprimir porque en el fondo se renueva continuamente y porque cuando es necesario sabe morir bien, es decir sabe arrojar una semilla en el momento del fin. Mire Francia; se hicieron matar con elegancia y ahora están allí como antes, digo como antes porque no son los latifundios ni los derechos feudales los que hacen al noble, sino las diferencias. Ahora me dicen que en París hay condes polacos a quienes la insurrección y el despotismo han obligado al exilio y la miseria. Hacen de cocheros, pero miran a sus clientes burgueses con tal ceño que los pobrecillos suben al coche, sin saber por qué, con el aire de un perro en una iglesia. Y también le diré, don Pietrino, que, si como tantas veces ha sucedido, tuviera que desaparecer esta clase, se constituiría enseguida otra equivalente, con los mismos méritos y los mismos defectos. Acaso no se basara ya en la sangre, sino, ¡que se yo!, en la antigüedad en cuanto a la presencia en un lugar, o su pretendido mejor conocimiento de cualquier presunto texto sagrado.
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