martes, 25 de mayo de 2010

José Ingenieros - El hombre mediocre

El sentido común es colectivo, eminentemente retrógrado y dogmatista; el buen sentido es individual, siempre innovador y libertario.

Lo mismo que los organismos, los distintos elementos sociales se sirven mutuamente de sostén, en vez de mirarse como enemigos deberían considerarse cooperadores de una obra única pero complicada.

Evidentemente cada hombre es como es y no podría ser de otra manera; haciendo abstracción de toda moralidad, tendría tan poca culpa de su delito el asesino como de su creación el genio.

El mediocre no inventa nada, no crea, no empuja, no rompe, no engendra; pero en cambio custodia celosamente la armazón de automatismos prejuicios y dogmas acumulados durante siglos , defendiendo ese capital común contra la asechanza de los inadaptables.

Evolucionar es variar y solamente se varía mediante la invención.

La psicología de los hombres mediocres se caracteriza por un riesgo común: la incapacidad de concebir una perfección, de formarse un ideal.

Los mediocres, “cuando se arrebañan resultan peligrosos. La fuerza del número suple la febledad individual: acomúnanse por millares para oprimir a cuantos desdeñan encadenar su mente con los eslabones de la rutina.

Aunque aislados no merezcan atención, en conjunto constituyen un régimen, representan un sistema especial de intereses inconmovibles.

Los hombres vulgares en ciertos momentos osan llamar ideales a sus apetitos, como si la urgencia de satisfacciones inmediatas pudiera confundirse con el afán de perfecciones infinitas. Los apetitos se hartan; los ideales nunca.