sábado, 29 de enero de 2022

Grimson, Alejandro, “¿Qué es el peronismo?”, pp. 63-67.

 

Sobre el 17 de octubre de 1945…

En cambio, pocos días después, el editorial de La Nación alude al "insólito y vergonzoso espectáculo de los grupos que se adueñaron durante un día de la Plaza de Mayo, el asalto a diarios en varias par tes del país, el ataque a residencias particulares y el saqueo de varios comercios". Ahora, esos grupos han dejado de ser obreros. En este editorial, no son nada. Los "obreros" están mencionados en el texto como parte de los grupos ciudadanos que se manifestaron a favor de la democracia, en alusión a los muy pocos sindicatos dirigidos por socialistas y comunistas que se habían opuesto a la movilización y las huelgas del 17 y 18 de octubre. El artículo insiste en que Perón quebró la tradicional política de conciliación de clases, al intentar inculcar la idea a los trabajadores de que las "fuerzas vivas" los explotaban, para lanzar su candidatura presidencial (La Nación, 21/10/1945).

Es decir, en la crónica de La Nación del 18 de octubre predominaba la sorpresa o estupefacción, pero no había calificaciones sobre los manifestantes, aunque sí sobre el comportamiento de algunos involucrados: la pasividad de la policía, las acciones que obligaron a cerrar talleres o comercios, los cánticos agresivos, el acampe de gente en Plaza de Mayo a la espera de que terminara la huelga general, el ataque a autoridades universitarias, la presencia de jóvenes, niños y niñas. En cambio, su editorial posterior enmarca estos acontecimientos en una historia argentina de lucha contra "la barbarie" apelando a la matriz de interpretación elaborada por Sarmiento a mediados del siglo XIX.

Hacia fin de mes, La Nación publicó una larga lista de declaraciones, desde universitarias y sindicales hasta profesionales y políticas, en las cuales se insistía con que quienes se manifestaron en esos días no eran "auténticos obreros", "auténticos patriotas", "auténticos trabajadores". Quedaba claro lo que no eran, pero no cómo iban a designar ahora a aquellos que antes habían sido denominados "obreros".

Con el correr de los días, estas declaraciones de grupos vinculados a la Unión Democrática ofrecieron interpretaciones que ni siquiera registran a los manifestantes dentro de categorización alguna; para ellos no son nada. Se trata de una rotunda denegación de reconocimiento.

En todo caso serían empleados a sueldo, pequeños grupos de clientelismo o incluso policías. Todo lo cual se resumiría de allí en más con una palabra para leer en clave; eran peronistas. Ese término, les describir a los adherentes a Perón, tendrá siempre, en cada contexto, una recarga, un espesor semiótico.

El diario La Capital de Rosario describió de esta manera a los participantes de las movilizaciones: "La mayoría del público que desfiló en las más diversas columnas por las calles lo hacía en mangas de camisa (La Capital, 19/10/1945). ¿Cómo nominar a esa gente? ¿"Público? aspecto a destacar era que no llevaban saco, "sólo" llevaban camisa. Y seguía:

Vióse a hombres vestidos de gauchos y a mujeres de paisanas [...] muchachos que transformaron las avenidas y plazas en pistas de patinaje, y hombres y mujeres vestidos estrafalaria mente, portando retratos de Perón, con flores y escarapelas prendidas en sus ropas, y afiches y carteles.

La alteridad, escurridiza, es señalada sobre la base de rasgos de la vestimenta: estaban en mangas de camisa, "vestidos estrafalariamente". El autor de este artículo, el día anterior, había hecho una referencia similar al mencionar a "los numerosos hombres, mujeres y niños exóticamente vestidos que bailaban por las calles" (La Capital, 18/10/1945). El clima festivo es contundente e incluso revela cierta preparación: carteles, retratos, flores, escarapelas.

En contraste, la escritora Delfina Bunge de Gálvez publica un artículo en El Pueblo el 25 de octubre en el que utiliza el término "desharrapado". Intentando conmover a los cristianos con ese "pueblo pacífico" que salió a las calles, dice:

Jesús debió efectuar su milagro a favor de turbas semejantes a estas, de "desharrapados"... (Y de paso: es incomprensible este reproche que se les aplica: si son "desharrapados", culpa será de los exiguos sueldos que no les dan para más).

Así, en esta visión católica pietista, la distancia no es adjudicada a una naturaleza de los pobres, sino a una responsabilidad de los más acomodados.

Los titulares del periódico socialista La Vanguardia del 23 de octubre son elocuentes: "Candombe blanco" y "El saldo del Malón". Además, esas alusiones aparecen contrapuestas a la actitud de los socialistas, los "auténticos trabajadores", el "coraje civil" o "los verdaderos hombres de trabajo". La matriz interpretativa en estos casos es claramente sarmientina. El dirigente socialista que la enuncia y que seguirá a la cabeza de su partido por años es Américo Ghioldi. Durante mucho tiempo, dice, creyeron que en la cruenta lucha entre civilización y barbarie la Argentina ya no estaba entre las "republiquetas south americanas", modo en que los "pueblos cultos de la tierra" califican a las turbulentas sociedades latinoamericanas. "Ahora", continúa, "avergonzados, disminuidos y entristecidos hemos descubierto que había un fondo de primitividad y miseria listo para ser utilizado por caudillos militares". Ghioldi pone énfasis en el lugar desde el cual interpreta los acontecimientos: desde la civilización y los pueblos cultos del planeta. Además, pone en evidencia algo que muchos han pasado por alto: el componente de emocionalidad constitutivo de este punto de vista. Ghioldi se siente avergonzado y triste. Borges diría después que ante esos sucesos se sintió "avergonzado e indignado" (declaraciones a la revista Che 18/10/1960)

Bajo el título "Candombe blanco", otro artículo compara al dictador Rosas con Perón y a las masas de 1845 con las de 1945. Se describen "las desoladoras jornadas" como "saturnales a la criolla" y "festividades de tipo rosista". Porque Rosas había movilizado a la "masa doliente que negreaba sus coros en candombes" y protegía a "unos pocos negros", de "barrios orilleros", que un día "se pasearon por las calles de Buenos Aires, ebrios de entusiasmo, precedidos de sus candombes y marimbas". El 17 y 18 de octubre "hemos tenido en Buenos Aires visiones de candombes. Sólo el color estaba ausente". Y el artículo remataba agudamente: "Ese candombe blanco tenía de clase obrera argentina en 1945, lo que en 1845 tenía de pueblo porteño e candombe negro. Es decir, nada".

La figura de "candombe blanco" afirma el carácter blanco de una movilización de alma negra. La idea de que había algo "blanco” allí mostraría ser altamente perecedera. Mientras tanto, "criollo", "negro”, “candombe” ya portaban significados sedimentados, sólo que ahora se dirigirían contra el peronismo. En las semanas siguientes este lenguaje iría ampliándose y propagándose. Por ejemplo, en un artículo titulado "Ha llegado la hora de combatir", La Vanguardia sostiene que Perón

creó la conciencia de lucha en un conglomerado amorfo que hoy, como en la época de Rosas, aspira a ocupar posiciones que nosotros debemos defender, no para nosotros, pero sí para aquellos a quienes el pueblo mande a ocuparlas. Cuando la muchedumbre amorfa y descamisada gritaba en las calles "Alpargatas sí, libro no", comprendimos que su triunfo, si llegase, habría de terminar con la civilización para restaurar la barbarie (La Vanguardia, 30/10/1945).

 

Por su parte, Orientación -publicado por el Partido Comunista-, en la misma línea, refería a comparaciones con Rosas así como expresaba frustración y desencanto por una sociedad que no era tan civilizada como se creía. Orientación refiere a "pequeños sectores" engañados "en especial a jóvenes y mujeres recientemente incorporados a la producción y del interior", "sin conciencia de clase", "los insignificantes los desclasados, los traidores de siempre". También los califica como "hordas de desclasados" y "pequeños clanes con aspecto de murga'. Un manifiesto del PC del 21 de octubre ya había anticipado esta visión estigmatizante: sostenía que el "nazifascismo" se apoyaba sobre un "malón", que representaba un "peronismo bárbaro". Desde su perspectiva, el "malevaje peronista" se arrojó "contra la población indefensa". Así, a través de los campos semánticos sarmientinos nomina quiénes eran estos protagonistas, incluidas las referencias a la época de Rosas (véase Correa, 2013).

La idea de que se trataba de "sectores engañados", de que Perón habría sembrado "confusionismo obrero", presente en panfletos y declaraciones, implica un mínimo reconocimiento de que sí había trabajadores. Ambos semanarios citan palabras de dirigentes sindicales para ilustrar uno de los problemas centrales:

la torpe oposición de algunos industriales o terratenientes a con ceder favorablemente pedidos formulados por las organizaciones obreras [es] caldo de cultivo para la agitación frenéticamente demagógica del peronismo (La Vanguardia, 23/10/1945).

 

"Si Perón contó con algún aporte obrero en sus actos últimos se debió a la actitud cerril de esos patrones a pagar los jornales del 12 de octubre. La demagogia peroniana se veía así facilitada" (Orientación, 24/10/1945). Es decir, en contraste con otros artículos, estos admiten que quizás haya habido algunos obreros. Sin embargo, ese tímido reconocimiento no mitiga la "denuncia" denigratoria sobre los manifestantes. Este inestable diagnóstico se decidirá pronto a favor de quienes creían en la total ausencia obrera.

La cuestión racial del malón y la barbarie también estaba presente en la postura de Ghioldi y del Partido Socialista: "En los bajos y entresijos de la sociedad hay acumulada miseria, dolor, ignorancia, indigencia más mental que física" (La Vanguardia, 23/10/1 945; el destacado me pertenece). Eso caracterizaba al lumpenproletariado que según su interpretación había protagonizado la jornada. De este modo, la inestabilidad categorial se va resolviendo a partir de nociones que intersectan clase, etnicidad y racialidad. En algunos casos también la dimensión del género entraba en juego, ya que la presencia contundente de mujeres era otro motivo de escándalo.

La importancia de las interpretaciones del socialismo y el comunismo trascendían a sus propios lectores. En distintos diarios puede encontrarse un impacto explícito de este relato en la búsqueda de dar sentido a los inéditos acontecimientos.

Ramos, Jorge Abelardo, Revolución y Contrarevolución en la Argentina, 1. Las masas y las lanzas (1810-1862) pp. 41-43

 
El doctor Juan B. Justo, fundador del Partido Socialista, escribió en "La teoría científica de la historia":

Las montoneras eran el pueblo de la campaña levantado contra los señores de las ciudades (...) pretendían paralizar el desarrollo económico del país y mantenerlo en un estancamiento imposible.

Tal era el político científico, "maestro" del socialismo. Teórico de la antigua izquierda en el ciclo inmigratorio, Justo arrastró toda su vida el lastre positivista y su respeto por los hechos consumados. Adolecía de una incapacidad orgánica para entender a América Latina en toda su barbarie creadora y para emplear un método crítico capaz de develar el enigma de esa barbarie. Se había formado bajo la influencia dominante de las cooperativas belgas y del parlamentarismo inglés, de las vacas australianas y de los pollos yanquis, con un respeto reverencial a la estadística y un indisimulado desprecio por las razas oprimidas. Era un Kipling prosaico, un admirador pequeñoburgués del Hombre Blanco. Sus ideas históricas las tomó prestadas del mitrismo, como casi todos los partidos y tendencias políticas del país. Socialistas, stalinistas, radicales, liberales y hasta ciertos nacionalistas rindieron homenaje a esa convención inviolable que excluía a Mitre de las disputas históricas.

Pero esta "incapacidad orgánica" de Justo para entender el país se derivaba de que las ideas dominantes de su tiempo estaban impuestas por la hegemonía angloporteña en el Río de la Plata.

Los comunistas de la Argentina, por ejemplo, serían inexplicables desde el punto de vista puramente político si se desconoce su posición ante la historia nacional. Toda política es el coronamiento de una concepción total del país donde se aplica, la concreción actual de un pasado en ella implícito y en cierto sentido la continuación moderna de una lucha lejana. Si se desea saber, per ejemplo, cuáles son las razones fundamentales que movieron al Partido Comunista a sostener a Braden en 1945, será preciso conocer su opinión oficial sobre las montoneras criollas de hace un siglo, predecesoras naturales de los argentinos del siglo XX que intervinieron decisivamente en las jornadas de octubre de 1945. Juan José Real ha expresado la posición formal del Partido Comunista, o dicho en otros términos, la visión mitrista del stalinismo

En su Manual de historia argentina, Real expone las ideas históricas oficiales del Partido Comunista. La identidad entre los stalinistas y el mi trismo es completa. Para Real el general Juan Bautista Bustos es un hombre "fatídico" (p. 138); en cuanto a la guerra civil del año XX,

el pueblo asiste indiferente y asqueado a estas luchas (p. 311); han errado los que han atribuido a los acontecimientos del año XX altas finalidades politico-sociales y un contenido democrático popular que no tenían. Fue un episodio nada glorioso, nada popular- de la lucha que se desarrollaba entre las fuerzas porteñas que habían luchado contra la Primera Junta... (p. 27).

Ridiculiza la magnitud de nuestras guerras civiles, y después de mencionar el número de combatientes de Ramírez y López (1.600 hombres), agrega:

 

A eso se reducían las famosas "masas" que tanto han dado que hablar en nuestra historia. Estas "masas" se irán achicando a medida que la guerra ci vil se desarrolle (p. 282).

En historia, como en política, el stalinismo persiste en no ver a las masas, ni en 1820, ni en 1945. Es una verdadera obsesión.

A estos "marxistas" liberales se impone oponerles el pensamiento de Alberdi, un liberal del que pueden aprender mucho los verdaderos marxistas:

Los pueblos, en aquella época, no tenían más jefes regulares y de línea, que los jefes españoles. No podían servirse de éstos para hacerse independientes de España: ni de los nuevos militares que Buenos Aires les enviaba, para hacerse independientes de Buenos Aires.

Alguna vez, temiendo más la dominación de Buenos Aires que la de España, los pueblos se valían de los españoles para resistir a los porteños, como su cedió en el Paraguay y en el Alto Perú; y en seguida echaron a los españoles sin sujetarse a los porteños. Más de una vez Buenos Aires calificó de reacción española lo que, en ese sentido, sólo era reacción contra la segunda mira de conquista. ¿Qué hacían los pueblos para luchar contra España y contra Bue nos Aires, en defensa de su libertad amenazada de uno y otro lado? No teniendo militares en regla, se daban jefes nuevos, sacados de su seno Como todos los jefes populares, eran simples paisanos las más veces. Ni ellos ni sus soldados, improvisados como ellos, conocían ni podían practicar la disciplina militar. Al contrario, triunfar de la disciplina, que era el fuerte del enemigo, por la guerra a discreción y sin regla, debía ser el fuerte de los caudillos de la independencia. De ahí la guerra de recursos, la montonera y sus jefes, los caudillos; elementos de la guerra del pueblo; guerra de democracia, de libertad, de independencia. Antes de la gran revolución no había caudillos ni montoneras en el Plata. La guerra de la independencia los dio a luz, y ni ese origen les vale para perdón de ciertos demócratas, El realismo español fue el primero que llamó caudillos, por apodo, a los jefes americanos en que no querían ver generales.

De izquierda a derecha, y en la práctica viva que no miente, la historia argentina resulta así polarizada en la literatura ultrajante fundada por Sarmiento. Los partidos de hoy reproducen la visión histórica de los partidos de ayer, fundados en las mismas clases sociales de la ciudad-puerto. Mitre, López, Juan B. Justo, los comunistas actuales, ninguno falta en este cuadro de unanimidad asombrosa. El panorama se completa si incluimos en él a un nacionalista protoporteño, admirador de Juan Manuel y de la cultura grecorromana. Héctor Sáenz Quesada describe así, irónicamente, el país

tal cual era: pampa y travesía; gauchos melenudos de pies de loro y plebe. africana de goteras adentro; aldehuelas insolentemente erigidas en capitales de provincias; el General Peñaloza jugando al monte con sus coroneles echa dos sobre su poncho, y en el cuarto vecino, híjar por medio, su mujer y el chinerío, durmiendo la siesta en camisa; los Taboada, sobrinos de Ibarra, dueños de la única tienda de Santiago, impidiendo con las milicias que se instalen competidores; el tío analfabeto de Artigas peleándose borracho en las pulperías; Otorgués vejando a Montevideo hasta la desesperación; el capitán Guerra de Dolores, tendiendo el recado una noche bajo un algarrobo y despertándose al día siguiente sin percatarse que estaba en plena Plaza Mayor de La Rioja; el solazo, el viento, la sabandija, el mío mío, el desaliño, el degüello y el carcheo. Y la ciudad porteña, con vista al mar y a la civilización, defendiendo con su "gente decente", a pesar de todo, la cultura europea contra la guaraní, la quechua o la sudanesa...

jueves, 27 de enero de 2022

SUPIOT, Alain, El espíritu de Filadelfia, La justicia social frente al mercado total.

Históricamente, la desconexión progresiva de las unidades de medida de toda experiencia humana ha ido a la par del progreso de la ciencia moderna y el advenimiento del capitalismo. Las unidades de medida generales y abstractas, como el metro (definido desde 1983 como la distancia recorrida en el vacío por la luz en 1/299792458 segundos), hicieron desaparecer de manera progresiva el pie, la palma o el celemín que ajustan cualquier tipo de tamaño al cuerpo humano o a la calidad del cuerpo medido.