sábado, 29 de enero de 2022

Ramos, Jorge Abelardo, Revolución y Contrarevolución en la Argentina, 1. Las masas y las lanzas (1810-1862) pp. 41-43

 
El doctor Juan B. Justo, fundador del Partido Socialista, escribió en "La teoría científica de la historia":

Las montoneras eran el pueblo de la campaña levantado contra los señores de las ciudades (...) pretendían paralizar el desarrollo económico del país y mantenerlo en un estancamiento imposible.

Tal era el político científico, "maestro" del socialismo. Teórico de la antigua izquierda en el ciclo inmigratorio, Justo arrastró toda su vida el lastre positivista y su respeto por los hechos consumados. Adolecía de una incapacidad orgánica para entender a América Latina en toda su barbarie creadora y para emplear un método crítico capaz de develar el enigma de esa barbarie. Se había formado bajo la influencia dominante de las cooperativas belgas y del parlamentarismo inglés, de las vacas australianas y de los pollos yanquis, con un respeto reverencial a la estadística y un indisimulado desprecio por las razas oprimidas. Era un Kipling prosaico, un admirador pequeñoburgués del Hombre Blanco. Sus ideas históricas las tomó prestadas del mitrismo, como casi todos los partidos y tendencias políticas del país. Socialistas, stalinistas, radicales, liberales y hasta ciertos nacionalistas rindieron homenaje a esa convención inviolable que excluía a Mitre de las disputas históricas.

Pero esta "incapacidad orgánica" de Justo para entender el país se derivaba de que las ideas dominantes de su tiempo estaban impuestas por la hegemonía angloporteña en el Río de la Plata.

Los comunistas de la Argentina, por ejemplo, serían inexplicables desde el punto de vista puramente político si se desconoce su posición ante la historia nacional. Toda política es el coronamiento de una concepción total del país donde se aplica, la concreción actual de un pasado en ella implícito y en cierto sentido la continuación moderna de una lucha lejana. Si se desea saber, per ejemplo, cuáles son las razones fundamentales que movieron al Partido Comunista a sostener a Braden en 1945, será preciso conocer su opinión oficial sobre las montoneras criollas de hace un siglo, predecesoras naturales de los argentinos del siglo XX que intervinieron decisivamente en las jornadas de octubre de 1945. Juan José Real ha expresado la posición formal del Partido Comunista, o dicho en otros términos, la visión mitrista del stalinismo

En su Manual de historia argentina, Real expone las ideas históricas oficiales del Partido Comunista. La identidad entre los stalinistas y el mi trismo es completa. Para Real el general Juan Bautista Bustos es un hombre "fatídico" (p. 138); en cuanto a la guerra civil del año XX,

el pueblo asiste indiferente y asqueado a estas luchas (p. 311); han errado los que han atribuido a los acontecimientos del año XX altas finalidades politico-sociales y un contenido democrático popular que no tenían. Fue un episodio nada glorioso, nada popular- de la lucha que se desarrollaba entre las fuerzas porteñas que habían luchado contra la Primera Junta... (p. 27).

Ridiculiza la magnitud de nuestras guerras civiles, y después de mencionar el número de combatientes de Ramírez y López (1.600 hombres), agrega:

 

A eso se reducían las famosas "masas" que tanto han dado que hablar en nuestra historia. Estas "masas" se irán achicando a medida que la guerra ci vil se desarrolle (p. 282).

En historia, como en política, el stalinismo persiste en no ver a las masas, ni en 1820, ni en 1945. Es una verdadera obsesión.

A estos "marxistas" liberales se impone oponerles el pensamiento de Alberdi, un liberal del que pueden aprender mucho los verdaderos marxistas:

Los pueblos, en aquella época, no tenían más jefes regulares y de línea, que los jefes españoles. No podían servirse de éstos para hacerse independientes de España: ni de los nuevos militares que Buenos Aires les enviaba, para hacerse independientes de Buenos Aires.

Alguna vez, temiendo más la dominación de Buenos Aires que la de España, los pueblos se valían de los españoles para resistir a los porteños, como su cedió en el Paraguay y en el Alto Perú; y en seguida echaron a los españoles sin sujetarse a los porteños. Más de una vez Buenos Aires calificó de reacción española lo que, en ese sentido, sólo era reacción contra la segunda mira de conquista. ¿Qué hacían los pueblos para luchar contra España y contra Bue nos Aires, en defensa de su libertad amenazada de uno y otro lado? No teniendo militares en regla, se daban jefes nuevos, sacados de su seno Como todos los jefes populares, eran simples paisanos las más veces. Ni ellos ni sus soldados, improvisados como ellos, conocían ni podían practicar la disciplina militar. Al contrario, triunfar de la disciplina, que era el fuerte del enemigo, por la guerra a discreción y sin regla, debía ser el fuerte de los caudillos de la independencia. De ahí la guerra de recursos, la montonera y sus jefes, los caudillos; elementos de la guerra del pueblo; guerra de democracia, de libertad, de independencia. Antes de la gran revolución no había caudillos ni montoneras en el Plata. La guerra de la independencia los dio a luz, y ni ese origen les vale para perdón de ciertos demócratas, El realismo español fue el primero que llamó caudillos, por apodo, a los jefes americanos en que no querían ver generales.

De izquierda a derecha, y en la práctica viva que no miente, la historia argentina resulta así polarizada en la literatura ultrajante fundada por Sarmiento. Los partidos de hoy reproducen la visión histórica de los partidos de ayer, fundados en las mismas clases sociales de la ciudad-puerto. Mitre, López, Juan B. Justo, los comunistas actuales, ninguno falta en este cuadro de unanimidad asombrosa. El panorama se completa si incluimos en él a un nacionalista protoporteño, admirador de Juan Manuel y de la cultura grecorromana. Héctor Sáenz Quesada describe así, irónicamente, el país

tal cual era: pampa y travesía; gauchos melenudos de pies de loro y plebe. africana de goteras adentro; aldehuelas insolentemente erigidas en capitales de provincias; el General Peñaloza jugando al monte con sus coroneles echa dos sobre su poncho, y en el cuarto vecino, híjar por medio, su mujer y el chinerío, durmiendo la siesta en camisa; los Taboada, sobrinos de Ibarra, dueños de la única tienda de Santiago, impidiendo con las milicias que se instalen competidores; el tío analfabeto de Artigas peleándose borracho en las pulperías; Otorgués vejando a Montevideo hasta la desesperación; el capitán Guerra de Dolores, tendiendo el recado una noche bajo un algarrobo y despertándose al día siguiente sin percatarse que estaba en plena Plaza Mayor de La Rioja; el solazo, el viento, la sabandija, el mío mío, el desaliño, el degüello y el carcheo. Y la ciudad porteña, con vista al mar y a la civilización, defendiendo con su "gente decente", a pesar de todo, la cultura europea contra la guaraní, la quechua o la sudanesa...

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