sábado, 29 de enero de 2011

Sonata a Kreutzer – León Tolstoi


- Ya sabe usted que por la dominación de las mujeres, por la que sufre la Humanidad, proviene de esto – empezó diciendo mientas guardaba en la maleta el té y el azúcar.

- ¡La dominación de las mujeres! – exclamé –. Pero si los derechos y los privilegios están de parte del hombre.

- Sí, sí, de acuerdo – me interrumpió - . Lo que acabo de decirle explica el hecho extraordinario de que, por una parte, es justo que la mujer se vea reducida al último grado de humillación, y por otra parte, que sea ella la que impere. Esto es igual que lo que les sucede a los hebreos: se vengan de la humillación con el poder del dinero. “Ustedes quieren que solo seamos comerciantes. Está bien. Pero nosotros, comerciantes, los dominaremos”, dicen. “Ustedes pretenden que solo seamos un objeto de placer. Está bien. Pero, precisamente por eso, los someteremos”, dicen las mujeres. La falta de derechos de la mujer no consiste en que no pueda votar ni ser juez (esas misiones no constituye ningún derecho), sino en que n se encuentra en el mismo nivel que el hombre respecto a las relaciones sexuales, en que le está prohibido disfrutar de un hombre o abstenerse según su deseo y elegir en lugar de ser elegida. Ustedes opinan que esto es una inmoralidad. En este caso, tampoco los hombres debían tener ese derecho. Por tanto, como compensación, la mujer influye en la sensualidad del hombre, lo domina de tal manera, que es ella la que elige, aunque parezca otra cosa. Utilizando ente procedimiento, abusa de él y adquiere un poder terrible sobre los hombres.

- ¿En que se manifiesta este poder? – Inquirí.

- ¿En qué? Pues en todo y por doquier. Dé una vuelta por las tiendas en cualquier gran ciudad. Hay una infinidad de objetos cuyo valor es incalculable. Pero en el noventa por ciento de esas tiendas no se encuentra nada para los hombres. El lujo lo necesitan y lo sostienen las mujeres. Fíjese que la mayoría de las fábricas producen objetos de adorno inútiles, coches, muebles y cachivaches para las mujeres. Por su capricho perecen en esas fábricas millones de seres y generaciones de esclavos, como si fueran condenados a trabajos forzados. Como unas reinas, tienen esclavizado el noventa por ciento de la Humanidad en penosos trabajos. Y esto se debe a que se las ha humillado privándolas de los derechos del hombre. Por eso se vengan ejerciendo su influencia sobre nuestra sensualidad y apresándonos en sus redes. Sí, todo se debe a esto. Las mujeres se han convertido en un instrumento que influye de tal modo en la sensualidad de los hombres, que estos no pueden tratarlas con serenidad. En cuanto un hombre se acerca a una mujer, se rinde a sus encantos y pierde la cabeza. Antes me sentía violento en presencia de una señora con traje de noche, pero ahora me invade un verdadero miedo, veo en ello algo peligroso e ilegal. Me entran ganas de llamar a una guardia, de pedir socorro y exigir que hagan desaparecer ese peligro. Usted se ríe, pero no se trata de ninguna broma – me grito –. Estoy seguro de que llegará el momento, y tal vez muy pronto, en que los hombres comprendan esto y se sorprendan de la existencia de una sociedad que ha permitid quebrantar la paz pública con esa provocación directa de la sensualidad debida a los adornos de las mujeres de nuestra esfera. Porque esto es lo mismo que colocar cepos en los paseos y las alamedas. ¡Aún peor! ¿Por qué se prohíbe el juego y se permite a las mujeres que se ponga unos trajes como prostitutas? ¡Eso es mil veces más peligroso que el juego!

sábado, 8 de enero de 2011