Yo he querido pintar la situación de un hombre que esta pobre, caído,
sin recursos, no ha tenido nada y ambicionándolo todo. He querido colocar a ese
hombre frente al mundo, viendo pasar la vida que sonríe, el dinero que corre,
los placeres que nublan, y se retuerce en la impotencia de ver que no son para él.
He visto tantas veces en la calle al hombre de traje raído, de cara
desencajada, de andar medroso que ve pasar a una mujer envuelta en crujir de
sedas y se muerde pensando que será de cualquier otro menos de él. Y el automóvil
que pasa brillando con insolencia y que nunca podrá ser para él. Y he sentido
el dolor de ese hombre que esta “como en un cepo”. Debatiéndose en la
impotencia, en la envidia y en el fracaso. Y ese enorme y concentrado dolor del
hombre encadenado a su triste destino, frente a la felicidad que pasa sin
tocarlo, es lo que he querido hacer llegar bien y hondo; torturadamente, pero
sin llorar.
Intentando desmentir, sin éxito, aquello de que quien mucho abarca poco aprieta.
lunes, 31 de agosto de 2015
domingo, 30 de agosto de 2015
Historias Extraordinarias - Llinás
Al viejo le
gustaba pensar en sí mismo como en un apostador o incluso como en un estratega.
No hacia sus negocios para ganar dinero, no quería ser rico, ni próspero, ni establecerse.
Le divertía jugar, inventarse sus metas, sus enemigos y sus batallas. Todo el
tiempo le daba consejos, como un maestro. La clave está en no establecerse, en
no necesitar a nadie ni nada. Hay que saber cuándo irse. Hay que estar siempre
listo para irse. Cuando ellos parpadean vos ya te fuiste. La clave, muñeca, es
estar siempre listo para perderlo todo de un golpe. Nunca te olvides de eso,
porque eso es lo que te va a pasar.
Juan José Saer - Cicatrices
Siempre mi
referencia es el pasado. Cada jugada; sin embargo, preparada en el borde del
futuro, sale hacia el pasado, atravesando la evidencia fugaz del presente. Cada
presente es único. Ningún presente se repite; puede, a los sumo, parecerse a
algún otro presente ya confinado en el pasado, tener alguna semejanza con él.
Creemos que porque en el pase anterior la banca le gano al punto por nueve a
seis, en este pase va a ocurrir lo mismo. Porque han salido ya veinte puntos; y
tenemos la experiencia de que en el pasado jamás ha habido una seguidilla de
puntos tan grande, que en el pasado las seguidillas de punto son cortadas en
una cifra prudencial por la aparición de una banca, en esta seguidilla de
puntos, donde se han dado ya veinte, cifra completamente loca, una banca
prudencial va a aparecer a tiempo para cortar la seguidilla.
Porque se
han dado ya dos bancas, nuestra lógica nos dice que tiene, necesariamente, que
darse una tercera. Porque ha habido cuatro pases de uno y uno, estamos seguros
de que tiene que haber cuatro más.
Esta son
las razones racionales por las que juego al punto y banca. Pero ya sabemos que
la repetición no existe. Existe, a lo sumo, el parecido, la semejanza. Y de
este modo, después de veinte puntos seguidos, pueden salir veinte más, treinta,
cincuenta mil, un millón más de pases de punto. Puede suceder que diez
generaciones de jugadores atónitos contemplen, transmitiéndose el fenómeno de
padres a hijos, una seguidilla de puntos que dure mil años. Eso no impedirá que
el jugador racional siga jugando a banca. Y puede suceder, también, que después
de la seguidilla de un millón de pases de punto el jugador racional aprenda por
fin y aproveche su experiencia, jugando a punto y aparezca el pase de banca
prudencial que han venido esperando diez generaciones.
En el juego
de uno a uno jugare a punto, después que ha salido la banca, y a banca, después
de que ha salido punto. Eso no significa que no pueda venir banca después de
banca y punto después de punto. Al darme vuelta, viendo que el juego de punto
se repite, jugaré a punto, lo cual no impide que aparezca otra vez la banca,
reiniciándose otra vez el uno y uno. Que yo pueda seguir un juego durante diez
pases, no significa que el pasado se esté repitiendo, sino que mi gesto,
simplemente, ha coincidido con la realidad. Como cuando disparo un tiro al aire
sin levantar la cabeza, y cae un pato salvaje.
Lo
antedicho demuestra que, en el juego de punto y banca, todas las razones que
rigen mis apuestas, tanto las racionales como las irracionales, son
irracionales.
La
singularidad de este juego reside en que se trata de un juego de naturaleza
compleja que me impide desde todo punto de vista una conducta racional, un
juego en cuyo interior un espacio limitado, debo moverme con los manotazos de
ciego de mi imaginación y mi emoción y en el que la única certeza que puedo
verificar por medio de mis sentidos, se presenta anti mis ojos con un relumbrón
rápido, cuando ya no me sirve porque he debido apostar a ciegas y enseguida desaparece.
De esta
manera, todas las apuestas al punto y banca son apuestas desesperadas. La
esperanza es un accesorio edificante, pero inútil.
En su
esfera, la experiencia no se capitaliza. Cada destello de evidencia está
separado de cada de cada destello de evidencia por un abismo, y la relación que
existe entre ellos permanece fuera del alcance de nuestro conocimiento. No
quiero decir que no haya una relación, sino sencillamente que no podemos
conocerla. Digo que toda apuesta es desesperada, porque apostamos por un solo
motivo: para ver. Dejamos en el lugar en que el espectáculo se manifiesta todo lo
que tenemos porque, aunque ya no nos sirve tenemos curiosidad de saber cómo
era, que había oculto detrás en el momento en que apostamos. Si la realidad
coincide con nuestra imaginación, tenemos como premio un montón de excremento:
dinero. No es raro que al salir de un pozo ciego traigamos con nosotros,
adheridos a nuestra ropa de exploradores, cuajarones de mierda.
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