Intentando desmentir, sin éxito, aquello de que quien mucho abarca poco aprieta.
sábado, 30 de diciembre de 2017
Juan José Saer – La tardecita
Existe siempre durante el acto de leer un momento, intenso y plácido
a la vez, en el que la lectura se trasciende a sí misma, y en el
que, por distintos caminos, el lector, descubriéndose en lo que lee,
abandona el libro y se queda absorto en la parte ignorada de su
propio ser que la lectura le ha revelado: desde cualquier punto,
próximo o remoto, del tiempo o del espacio, lo escrito llega para
avivar la llamita oculta de algo que, sin él saberlo, tal vez, ardía
ya en el lector.
martes, 14 de febrero de 2017
Darío Jaramillo Agudelo - Poesía en la Canción Popular Latinoamericana
Este libro es una deuda que tengo que pagar como se pagan las deudas
del amor. Una deuda con más de la mitad de los sonidos que he oído
en mi vida, inevitablemente, porque estaban en el aire. (Por otro
lado, bien lo sé, las deudas con el silencio son impagables.) El
detonante de este texto fue la lectura de un ensayo de James Fenton
en el número 64 de Diario de Poesía de
Buenos Aires que comienza así: “Hace unas décadas, cuando conocí
estrechamente a algunos aspirantes a poetas estadounidenses, lo que
más me llamó la atención fue que esos poetas -que experimentaban
cierta antipatía por cualquier poema que no fuera contemporáneo-
tenían una amplitud de gustos en música, y por
lo tanto en las letras de esas músicas, que no se relacionaban para
nada con sus gustos en poesía. Era como si usaran una parte
diferente del cerebro para pensar en el tema de la música. Y
lo que es más, era como si en esa parte diferente tuvieran las cosas
más claras que en la parte con la que pensaban la poesía. En la
parte musical sabían muy bien qué les gustaba y deseaban escuchar,
y aún qué deseaban hacer si, por ejemplo, tomaban una guitarra para
interpretar una melodía o para componer una canción. Pero en cuanto
a la parte poética, sus juicios eran defensivos y tensos; tenían
claridad para una cosa y confusión acompañada de cierto nerviosismo
para la otra. Se me ocurrió entonces que esos poetas serían más
felices si echaran abajo las barreras de su cerebro, si aceptaran que
la persona dedicada a estudiar escritura creativa con el propósito
de producir poesía era la misma cuyo auto estaba lleno de cintas de
música country”.
Más adelante, Fenton señala que
hoy en día se escribe poesía mucho más para el ojo que para el
oído. El objeto del poeta culto es ser leído en silencio y
recogimiento y no se imagina interpretado en voz alta por sí mismo o
por otro.
El ensayo de Fenton toma otro rumbo,
por demás muy interesante, y no menciona el atajo por donde yo tomé,
a saber, que no solo existe esa incongruencia en los gustos, sino
que, a pesar de que los malos versos superan a los buenos, en la
llamada canción popular latinoamericana del siglo XX existe un
corpus de poesía para ver, escrita originalmente para ser oída.
Agustín Lara - En Poesía en la Canción Popular Latinoamericana de Darío Jaramillo Agudelo
Soy ridículamente cursi y me encanta serlo. Porque la mía es una
sinceridad que otros rehuyen… ridículamente. Cualquiera que es romántico
tiene un fino sentido de lo cursi y no desecharlo es una posición de
inteligencia. A lasmujeres les
gusta que así sea y no por ellas voy a preferir a los hombres. Pero ser
así es, también, una parte de la personalidad artística y no voy a
renunciar a ella para ser, como tantos, un hombre duro,
un payaso de máscaras hechas, de impasibilidades estudiadas. Vibro con
lo que es tenso y si mi emoción no la puedo traducir más que en el
barroco lenguaje de lo cursi, de ello no me avergüenzo, lo repito,
porque soy bien intencionado.
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