
Existe siempre durante el acto de leer un momento, intenso y plácido
a la vez, en el que la lectura se trasciende a sí misma, y en el
que, por distintos caminos, el lector, descubriéndose en lo que lee,
abandona el libro y se queda absorto en la parte ignorada de su
propio ser que la lectura le ha revelado:
desde cualquier punto,
próximo o remoto, del tiempo o del espacio, lo escrito llega para
avivar la llamita oculta de algo que, sin él saberlo, tal vez, ardía
ya en el lector.
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