sábado, 15 de diciembre de 2012

León Tolstoi – Anna Karenina


-Pues así es también la unanimidad en las opiniones de los periódicos. Me han explicado que cuando hay una guerra, duplican la tirada. Entonces ¿cómo pueden dejar de considerar trascendental la suerte del pueblo, la situación de los eslavos, etcétera, etcétera, etcétera?
-Confieso que no tengo demasiada afición por los periódicos pero hablar así me parece injusto- dijo Sergio Ivanovich.
-Yo les pondría una sola condición –continuó el duque-. Alfonso Karr lo dijo muy bien antes de la guerra con Prusia. “¿Usted piensa que la guerra es necesaria? Muy bien. Quien predica la guerra, que vaya en una legión especial, delante de todos en los ataques, en los asaltos”.
-¡Estarían muy bien los redactores de los periódicos en esa posición!- Comentó Katavasof, riéndose a carcajadas porque se imaginaba a los periodistas conocidos suyos en aquella legión escondida.
-Como que huirían en el primer disparo, no servirían más que de estorbo- dijo Dolly.
-Si tratan de huir –completó el duque- se les colocarían detrás las ametralladoras o los cosacos con látigos.
-Eso es una broma, y una broma de dudoso gusto, perdonadme que os lo diga, duque, dijo Sergio Ivanovich con acritud.
-No veo que sea ninguna broma…- Empezó Levine.

viernes, 19 de octubre de 2012

Sigmund Freud - Duelo y Melancolía (1917)


El tormento, indudablemente placentero que el melancólico se inflige a sí mismo significa, análogamente a los fenómenos correlativos de la neurosis obsesiva, la satisfacción de tendencias sádicas y de odio, orientadas hacia un objeto, pero retrotraídas al yo del propio sujeto en la forma como hemos venido tratando. En ambas afecciones suele el enfermo conseguir por el camino indirecto del autocastigo su venganza de los objetos primitivos y atormentar a los que ama, por medio de la enfermedad, después de haberse refugiado en ésta para no tener que mostrarle directamente su hostilidad.

lunes, 26 de marzo de 2012

Antonio Tabucchi - Sostiene Pereira

He conocido a una persona, sostiene haber dicho Pereira, mejor dicho, a dos personas, un joven y una muchacha. Siga hablándome de ello, dijo el doctor Cardoso. Bueno, dijo Pereira, el hecho es que necesitaba para la página cultural necrológicas anticipadas de aquellos escritores importantes que pueden morir de un momento a otro, y la persona que conocí había escrito una tesina sobre la muerte, la verdad es que en parte la copió, pero al principio me pareció que era un experto en el tema de la muerte, así que lo contraté como ayudante, para hacer las necrológicas anticipadas, y él me escribió algunas, se las pagué de mi bolsillo porque no quería que resultara una carga para el periódico, pero son todas impublicables, porque ese chico tiene metida la política en la cabeza y plantea todas las necrológicas desde un punto de vista político, a decir verdad, creo que es su chica la que le mete todas esas ideas en la cabeza, ya sabe, fascismo, socialismo, la guerra civil en España y cosas parecidas, son todos artículos impublicables, como ya le he dicho, y hasta ahora se los he pagado. No hay nada malo en ello, respondió el doctor Cardoso, en el fondo está arriesgando sólo su dinero. No es eso, sostiene haber admitido Pereira, el hecho es que me ha surgido una duda: ¿y si esos dos chicos tuvieran razón? En tal caso, ellos tendrían razón, dijo pacatamente el doctor Cardoso, pero es la Historia quien lo dirá y no usted, señor Pereira. Sí, dijo Pereira, pero si ellos tuvieran razón mi vida no tendría sentido, no tendría sentido haber estudiado Letras en Coimbra y haber creído siempre que la literatura era la cosa más importante del mundo, no tendría sentido que yo dirija la página cultural de ese periódico vespertino en el que no puedo expresar mi opinión y en el que tengo que publicar cuentos del siglo XIX francés, ya nada tendría sentido, y es de eso de lo que siento deseos de arrepentirme, como si yo fuera otra persona y no el Pereira que ha sido siempre periodista, como si tuviera que renegar de algo.

Antonio Tabucchi - Sostiene Pereira

(...), está usted en conflicto consigo mismo en esa batalla que se está desarrollando en su alma, tendría que abandonar a su superego, tendría que dejar que se fuera a su destino como si fuera un desecho. ¿Y qué quedaría de mí?, preguntó Pereira, yo soy lo que soy, con mis recuerdos, con mi vida pasada, la memoria de Coimbra y de mi mujer, una vida transcurrida como cronista de un gran periódico, ¿qué quedaría de mí? La elaboración del luto, dijo el doctor Cardoso, es una expresión freudiana, perdóneme, soy sincrético, y he pescado un poco de aquí, otro poco de allá, pero usted necesita elaborar el luto, necesita decir adiós a su vida pasada, necesita vivir en el presente, un hombre no puede vivir como usted, señor Pereira, pensando sólo en el pasado. ¿Y mis recuerdos?, preguntó Pereira, ¿y todo lo que he vivido? Serían tan sólo memoria, respondió el doctor Cardoso, y no invadirían de forma tan avasalladora su presente, usted vive proyectado en el pasado, usted está aquí como si estuviera en Coimbra hace treinta años y su mujer estuviera viva todavía, si continúa así acabará convirtiéndose en una especie de fetichista de sus recuerdos, quizá se pondrá a hablar con la fotografía de su esposa. Pereira se limpió la boca con la servilleta, bajó el tono de voz y dijo: Ya lo hago, doctor Cardoso. El doctor Cardoso sonrió. Vi el retrato de su esposa en la habitación de la clínica, dijo y pensé: Este hombre habla mentalmente con el retrato de su mujer, todavía no ha elaborado el luto, es eso justamente lo que pensé, señor Pereira. En realidad, no hablo mentalmente con él, añadió Pereira, le hablo en voz alta, le cuento todas mis cosas, y es como si el retrato me contestase.

Antonio Tabucchi - Sostiene Pereira

Había dos viejecitos tocando, uno la viola y el otro la guitarra, y tocaban conmovedoras melodías de la Coimbra de su juventud, de cuando él era un estudiante universitario y pensaba en la vida como en un porvenir radiante. Y en aquel tiempo él también tocaba la viola en las fiestas estudiantiles, y era delgado y ágil, y enamoraba a las chicas. Cuántas hermosas muchachas estaban locas por él. Y él, en cambio, se había apasionado por una muchachita frágil y pálida, que escribía poesías y que a menudo tenía dolores de cabeza. Y después pensó en otras cosas de su vida, pero éstas Pereira no quiere referirlas, porque sostiene que son suyas y solamente suyas y que no añaden nada ni a aquella noche ni a aquella fiesta a la que había ido a parar sin proponérselo. Y después pensó en otras cosas de su vida, pero éstas Pereira no quiere referirlas, porque sostiene que son suyas y solamente suyas y que no añaden nada ni a aquella noche ni a aquella fiesta a la que había ido a parar sin proponérselo. Y después, sostiene Pereira, en un determinado momento vio cómo un joven alto y delgado y con una camisa clara se levantaba de una de las mesas y se colocaba entre los dos ancianos músicos. Y, quién sabe por qué, sintió una punzada en el corazón, quizá porque le pareció reconocerse en aquel joven, le pareció que se reencontraba a sí mismo en los tiempos de Coimbra, porque de algún modo se le parecía, no en los rasgos, sino en la manera de moverse y un poco en el pelo, que le caía a mechones sobre la frente. Y el joven comenzó a cantar una canción italiana: O sole mio, cuya letra Pereira no entendía, pero que era una canción llena de fuerza y de vida, hermosa y límpida, y él entendía sólo las palabras «o sole mio» y no entendía nada más, y mientras el joven cantaba, se había levantado de nuevo un poco de brisa atlántica y la velada era fresca, y todo le pareció hermoso, su vida pasada de la que no quiere hablar, Lisboa, la cúpula del cielo que se veía sobre los farolillos coloreados, y sintió una gran nostalgia, pero no quiere decir por qué, Pereira. Fuera como fuera, comprendió que aquel joven que cantaba era la persona con la que había hablado por teléfono aquella tarde, por ello, cuando éste hubo acabado de cantar, Pereira se levantó del banco, porque la curiosidad era más fuerte que sus reservas, se dirigió a la mesa y dijo al joven: El señor Monteiro Rossi, supongo. Monteiro Rossi hizo ademán de levantarse, chocó contra la mesa, la jarra de cerveza que tenía delante se cayó y él se manchó completamente sus bonitos pantalones blancos. Le pido perdón, farfulló Pereira. Es culpa mía, soy un desastre, dijo el joven, me sucede a menudo, usted es el señor Pereira del Lisboa, supongo, siéntese, se lo ruego. Y le tendió la mano.

sábado, 11 de febrero de 2012

Viaje al fin de la Noche – Louis Ferdinand Céline

Llegó el momento de la marcha. Una noche fuimos a la estación poco antes de la hora que ella regresaba a su casa. Por la mañana me había despedido de Robisnon. Tampoco estaba contento de que me marchara. No hacía más que dejar a todo el mundo. Mientras Molly y yo esperábamos el tren en los andenes, pasaron hombres por nuestro lado que no dieron muestras de conocerla, pero murmuraban algo.

- Ya estás muy lejos Ferdinand. ¿Haces, no es así, lo que tienes ganas de hacer? Esto es importante… Es lo único que cuenta…

El tren llegó a la estación. Al ver la máquina ya no me sentí tan seguro de mi aventura. Besé a Molly con todo el valor que aún guardaba en mi esqueleto. Sentía mucha pena, de verdad, por una vez, por todo el mundo, por mí, por ella, por todos los hombres.

Quizás sea eso lo que se busca a través de la vida, nada más que eso, el máximo dolor posible para devenir uno mismo antes de morir.

Han pasado años y años desde aquella separación… He escrito a menudo a Detroit y también a todas las direcciones que recordaba y donde podían conocer, localizar a Molly. Nunca recibí respuesta.

La casa estaba cerrada en la hora actual. Es todo cuanto he podido saber. Bueno, admirable Molly, quiero, si ella es capaz todavía de leerme, en cualquier sitio que yo no conozco, sepa que no he cambiado en lo que a ella respecta, que la quiero todavía y siempre, a mi modo, y que puede venir aquí, cuando quiera, a compartir mi pan y mi incierto destino. Si ya no es hermosa, ¡qué le vamos a hacer! Nos arreglaremos. Guardo tanta belleza de ella dentro de mí, tan viva, tan cálida, que tengo de sobras para los dos y para al menos veinte años, el tiempo necesario para acabar.

Para separarme de ella necesité ciertamente poseer tanta demencia como sucia y fría calaña. De todos modos he defendido mi alma hasta el presente, y si mañana viniera la muerte por mí no me encontraría, estoy seguro, tan frío, malvado y lerdo como otros; tanta gentileza y ensueño me regaló Molly durante aquellos meses de América.

martes, 10 de enero de 2012

Ferdinand Celine - Viaje al fin de la noche


"Sin embargo, creía haber observado en Lola algo nuevo, unos instantes de depresión, de melancolía, lagunas en su bobo optimismo, instantes en que el ser debe volver atrás para ir algo mas lejos en lo adquirido a la vida, a los años, a pesar suyo demasiados ya para el ánimo de que aún dispone, su cochina poesía."