
Soy ridículamente cursi y me encanta serlo. Porque la mía es una
sinceridad que otros rehuyen… ridículamente. Cualquiera que es romántico
tiene un fino sentido de lo cursi y no desecharlo es una posición de
inteligencia. A las
mujeres les
gusta que así sea y no por ellas voy a preferir a los hombres. Pero ser
así es, también, una parte de la personalidad artística y no voy a
renunciar a ella para ser, como tantos, un
hombre duro,
un payaso de máscaras hechas, de impasibilidades estudiadas. Vibro con
lo que es tenso y si mi emoción no la puedo traducir más que en el
barroco lenguaje de lo cursi, de ello no me avergüenzo, lo repito,
porque soy bien intencionado.
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