De esta manera, las fracciones
del capital dominante contrajeron deuda externa para luego realizar con esos
recursos colocaciones en activos financieros en el mercado interno (títulos,
bonos, depósitos, etc.) con el propósito de valorizarlos debido al diferencial
positivo entre la tasa de interés interna e internacional, y después fugarlos
al exterior. La fuga es- tuvo intrínsecamente vinculada al endeudamiento
externo, porque este último no afectó el nivel de consumo de los sectores de
altos ingresos ni tampoco constituyó, en lo sustantivo, un modo de
financiamiento de la inversión o del capital de trabajo como en la sustitución
de importaciones, sino un instrumento para obtener renta financiera
deteriorando significativamente la formación de capital en el país.
Sin duda, este proceso no hubiera sido factible sin una profunda modificación en el tipo de Estado que de allí en más abandonó su preocupación por la expansión fabril y pasó a impulsar la obtención de renta financiera por parte del nuevo bloque de poder. Esta alteración se expresó al menos en tres procesos básicos. El primero de ellos radicó en que la tasa de interés interna fue sistemáticamente mayor al costo del endeudamiento en el mercado internacional, gracias al endeudamiento del sector público con el mercado financiero interno, donde era el mayor tomador de crédito en la economía local. El segundo consistió en que el endeudamiento externo estatal fue el que posibilitó la fuga de capitales locales al exterior al proveer las divisas necesarias para que ello fuese posible. El tercero y último fue que la subordinación estatal a la nueva lógica de la acumulación de capital por parte de las fracciones sociales dominantes posibilitó la estatización, en determinadas etapas, tanto de la deuda externa privada como de la deuda interna. Posteriormente, se privatizaron las empresas públicas para favorecer al bloque de poder (tanto a los grupos económicos locales y al capital extranjero que accedieron a su propiedad como a los acreedores externos, dado que de esa manera cobraron los intereses derivados de la deuda externa, cuyo pago se había obturado a fines de los años ochenta).
La base económica y social para que todo este proceso fuera posible fue el acentuado predominio del capital sobre el trabajo, que se expresó en una manifiesta regresividad de la distribución del ingreso y en un nivel de exclusión social que implicó un retroceso que no tenía antecedentes históricos en la Argentina. Estas tendencias fueron el producto de la convergencia de un salto cualitativo en el nivel de explotación de los trabajadores con una severa y sostenida expulsión de mano de obra que, al afectar a millones de asalariados, dio como resultado una inédita tasa de desocupación y subocupación. No menos relevante fue el replanteo de la dinámica política, no solo por la brutal represión al movimiento popular, sino, además, ya durante los gobiernos constitucionales, por la implementación del "transformismo", es decir, la cooptación de los dirigentes populares, descabezando así a los sectores populares (Basualdo, 2001).
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