lunes, 20 de noviembre de 2023

ADAMOVSKY, Ezequiel, BUCH, Esteban, “La marchita, el escudo y el bombo, una historia cultural de los emblemas del peronismo, de Perón a Cristina Kirchner”, Planeta, Buenos Aires, 2016, pp. 260-263

Contrariamente a lo que indicaría el sentido común, el antiperonismo no surgió como reacción al peronismo. Si hiciéramos un repertorio de los temas, estereotipos, críticas y vocabularios propios del antiperonismo, encontraríamos que casi todos ellos estaban ya presentes en 1945. Por el contrario, ese año el peronismo todavía no existía como tal. Por supuesto, es taba Perón, estaban las medidas que venía tomando al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión y estaba también el apoyo que recibía de las clases bajas. Pero en lo que refiere a sus ideas, su visión sobre el país, sus prácticas políticas, sus formas de organización, incluso sus liderazgos, se trataba de una corriente todavía en estado magmático. Solo luego de llegado al gobierno el movimiento peronista se constituiría como tal. Buena parte de los rasgos con los que lo asociamos hoy fueron surgiendo luego de 1946, forjados también ellos, en buena medida, como reacción a la oposición y los rechazos que había cosechado en el amplio campo del antiperonismo. Las antipatías y resistencias de los otros fueron orientando su desarrollo tanto como las ideas previas que Perón y sus seguidores aportaron. En otras palabras, no puede afirmarse que llegara primero el peronismo como una propuesta ya completa y cerrada, produciendo luego, como reacción, el antiperonismo. Ambas identidades políticas se forjaron juntas y en relación. Si de alguna pudiera decirse que tuvo precedencia sería más bien de la segunda.

De hecho, el antiperonismo surgió como una lectura del fenómeno peronista informada por ideas, conceptos, narrativas y ansiedades que eran previos, heredados de etapas muy anteriores. Además de percibir a Perón como un posible líder fascista, el movimiento que desató entre las masas fue inmediatamente interpretado como la reactualización de amenazas más antiguas que acechaban a la nación argentina. En el contexto de 1945 se volvió a hacer presente el temor recurrente, para ciertos grupos sociales, de que alguna forma de democracia plebeya viniera a poner en riesgo la República. Se trataba de una angustia que venía desde tiempos de las guerras civiles del siglo XIX, relacionada con la idea de que en el pueblo argentino anidaban tendencias igualitaristas turbulentas, inorgánicas, emocionales, colectivistas, enemigas de la racionalidad y de la dignidad del individuo, que conspiraban contra el normal funcionamiento de las instituciones. Pasado el contexto de las luchas entre Unitarios y Federales, ese temor se había vuelto a activar cuando Yrigoyen llegó al poder en 1916 y por supuesto resurgió en 1945. Aunque se trataba de un motivo típicamente liberal presente en intelectuales y políticos argentinos -por caso, Vicente F. López o Ricardo Levene- tanto como de otros países, aquí se entrelazaba con narrativas acerca de la nación y de su historia que eran más peculiares. En efecto, el temor por la posible irrupción de un democratismo plebeyo e inorgánico se manifestaba especialmente cuando aparecía en el horizonte alguna figura carismática, un «caudillo» como aquellos del siglo XIX, capaz de excitar y dar cauce a impulsos plebeyos que de otro modo estarían bajo control. Se temía de esos caudillos no tanto su autoritarismo, como la perspectiva de que abrieran las puertas para que la plebe pisoteara las jerarquías sociales fundamentales, el régimen que establece quién es más que quién en la sociedad. Domingo F. Sarmiento y otros luego de él expresaron esa preocupación con toda claridad, en particular con referencia a los tiempos traumáticos de Juan Manuel de Rosas, al accionar violento de sus mazorqueros, a la «traición» de los negros del servicio doméstico que actuaban como espías denunciando a los patrones de simpatías unitarias, o a los gauchos que asolaban la ciudad y la campaña con sus montoneras. El peligro de ese caudillismo plebeyo parecía haber quedado con jurado con la organización nacional. Y sin embargo, el sufragio universal reactivó esos viejos temores; tanto Yrigoyen como más tarde Perón fueron inmediata e insistentemente comparados con Rosas y sus seguidores con La Mazorca. Y por supuesto, todas estas ansiedades, ancladas en formas particulares de imaginar el pasado y el presente, remitían a una narrativa que, desde Sarmiento, había explicado la trayectoria de la Argentina como una trabajosa lucha de la civilización contra la barbarie, de la cultura europea contra las costumbres criollas, de lo blanco contra lo negro y trigueño, de lo urbano contra lo rural, de Buenos Aires contra el Interior, de las leyes y la República contra los lazos personales y la emotividad en política. Para comienzos del siglo XX esa lucha se había proclamado concluida con la victoria del primer polo. Pero era una victoria sobre la que nunca dejó de haber dudas y ansiedades. Lo bárbaro y la incultura -se sospechaba- seguían allí agazapados, listos para aflorar apenas se relajaran los controles. Contra Yrigoyen, nuevamente, se movilizaron estas nociones. Los conservadores lo acusaron de liderar un movimiento «de “manumisión de los negritos”; los socialistas, de ser expresión de la vieja “política criolla” personalista y demagógica. Y naturalmente fueron nociones que también se reactualizaron con el ascenso de Perón. Por ejemplo, en una serie de conferencias que el intelectual socialista Américo Ghioldi dictó en noviembre y diciembre de 1945, advirtió que «los argentinos confrontamos otra vez y bajo nuevas formas, el antiguo discurrir entre civilización y barbarie, ya que han vuelto, a galope tendido, odios que creíamos extinguidos, fuerzas primitivas lanzadas al asalto...» Acusaba a Perón de ser un nuevo «caudillo de la guerra civil», lanzado a explotar los resentimientos de ese resto primitivo que hoy «se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella... ». Para el conservador Adolfo Mugica el país vivía en esos días como en una especie de «inmensa merienda de negros». 

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