Me lo dijo hace ocho años un excelente canonista europeo, que se llama Peter y tiene "misión
canónica" para enseñar en dos Universidades Católicas. Estábamos cenando en Roma, cambiando
impresiones sobre un follón que las autoridades vaticanas habían armado a propósito de un libro que
consideraban demasiado crítico.
Peter es un hombre que se mantiene siempre serio, pero posee una carga formidable de humor
irónico. En un cierto momento, con una gravedad matizada por un céntimo de sonrisa en la comisura
de los labios, me dijo muy tranquilo:
—Lo que pasa es que en toda la historia de las herejías no hay una que pueda compararse con la
de los Papas, que se creen que ellos son Dios.
Naturalmente, el dicho de Peter era irónico y esperpéntico, pero en su paradójico estilo creo que
expresa algo verdadero.
El teólogo Carlos Rahner escribió hace tiempo un artículo sobre las "cripto-herejías". Estas son
las herejías que no llegan a expresarse ni en la palabra, ni en el pensamiento explícito y consciente.
Pero están ahí escondidas y agazapadas en el plano de la comprensión vital.
Si a un Gregorio VII, a un Bonifacio VIII o a un Pío IX, (por citar a tres de los más autoidolátricos de la función papal), les hubiéramos preguntado si se tenían por Dios, nos hubieran
contestado que no. Lo habrían hecho posiblemente con sincera indignación. Y, sin embargo, su modo
vital de autocomprenderse como Papas no estaba muy lejos de la divinización. [19-20]
En el siglo IV, el obispo y teólogo Arrio negaba que Cristo fuera Dios, porque esto le parecía
incompatible con el riguroso monoteísmo de Israel, que los cristianos nunca han pretendido negar.
Para él, al parecer, Cristo era una "criatura" de Dios, pero en un orden absolutamente incomparable
con el resto de la creación. El Cristo era "divino", pero sin que pudiera llegar a decirse que es Dios.
Por ahí va quizá la idea que de sí mismos se han hecho muchos Papas. Por supuesto, no de una
manera expresa y conceptualizada, sino implícita y larvada, pero vital y llena de consecuencias
desastrosas.
La sutilidad de esta cripto-herejía tiene una expresión curiosa en la obra maestra de la pintura
primitiva flamenca, el gran políptico del Cordero Místico de Juan Van Eyck, obra realizada entre 1432 y
1439, que se conserva en la catedral de San Bavón, en Gante. Aquí Dios es representado como un
Papa coronado con la tiara. Ya que no se podía hacer del Papa un Dios, se hizo de Dios un Papa. La
tendencia es claramente identificadora. Puramente simbólica, naturalmente. Pero llena de latente
sentido.
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