domingo, 6 de septiembre de 2009

El Corazón de las Tinieblas - Joseph Conrad

Si, los miré como mirarías a cualquier ser humano, con curiosidad por sus impulsos motivos, capacidades y debilidades puestos a prueba por una inexorable necesidad física. ¡Compostura! ¿Qué posible compostura?¿Era superstición, asco, asco, paciencia, miedo o alguna clase de honor primitivo? Ningún miedo resiste al hambre, ninguna paciencia la sacia, cuando hay hambre el asco sencillamente no existe, y en cuanto a la superstición, las creencias y lo que podríamos llamar principios, son menos que nada. ¿No conocéis la maldad de la inanición persistente, su exasperante tormento, sus oscuros pensamientos, su ferocidad sombría y perturbadora? Pues yo sí. Para combatir el hambre del modo apropiado un hombre ha de hacer acopo de toda su entereza. De verdad que es más fácil enfrentarse al pesar por la muerte de un ser querido, a la deshonra y a la perdición del alma que a esta clase de hambre prolongada. Triste, por cierto. Y aquellos individuos, además, no tenían ninguna razón terrenal para andarse con escrúpulos. ¡Compostura! Antes hubiese esperado compostura en una hiena merodeando entre los cadáveres de un campo de batalla. Pero ahí estaba la realidad frente a mí, la realidad deslumbrante como la espuma en las profundidades del océano, como una onda sobre un enigma insondable, u misterio mayor cuando lo pienso, que la extraña e inexplicable nota de desesperado pesar de aquel clamor salvaje que había recorrido la ribera detrás de la cegadora blancura de la niebla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario