lunes, 24 de febrero de 2025

Piglia, Ricardo, Crítica y ficción, pp. 51-52.

Hay una oposición, diría yo, entre dos modos diferentes de pensar. La inmediatez de lo real le hace dar un paso en falso. La política de compromisos lo ciega. Sus últimos meses de vida son realmente alucinantes. Se queda solo en París, muy delirado, se pelea con todos sus antiguos amigos que siempre lo han protegido en Europa, los Terrero, los Leiva, no recibe a nadie, se encierra en un cuarto de hotel, entra en una especie de lucidez psicótica y delira noche y día. Y escribe. Manda cartas a direcciones inexistentes, a amigos muertos. Y de golpe empieza a escribir testamentos. No tiene nada que dar y escribe testamentos inútiles, pero enseguida se arrepiente y los anula. Un testamento anula el anterior. En cada testamento lega a sus amigos muertos sus pertenencias insignificantes: a Félix Frías un tintero de plata, a Enrique Lafuente una corbata de lazo. Ése es el final de Alberdi, el mayor intelectual argentino del siglo XIX. Para entender este país tendríamos que poder escuchar los delirios de Alberdi. Sus testamentos son como los sueños muertos de la patria.

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