El sabor del saber
Parecería que desear (de de-siderare) tiene una formación análoga a la de con-siderar, actividad del que va con las estrellas, es decir, las consulta al caminar o navegar o pensar -considerar el rumbo es acordar el timón al curso de las estrellas. El que de-sidera deja de ver su camino en las constelaciones. Al no estar en los astros, busco y echo de menos o constato la ausencia de aquello que deseo, dice el diccionario: el que desea es así aquel que experimenta una falta o ausencia.
Del latín scio, scire, cortar, desmenuzar (en francés scie significa serrucho; recordemos scissors, tijeras en inglés) viene ciencia; de sapio (gusto) sabiduría y sapiencia. Saber se relaciona con sabor o sea, con gusto. El español subraya el placer o el gusto que podemos encontrar en el conocimiento. Mientras la ciencia fragmenta y analiza, la sabiduría se goza y complace con el sabor de las cosas. Saber, que desciende del indoeuropeo sap, latín sapere, significa tener sabor, tener gusto (saber a), tener discernimiento. Sápido es lo que tiene gusto, lo sabroso, insípido lo que no. Sap, la raíz indoeuropea, significa jugo de planta acaso de la vid, porque sapa significaba vino cocido en latín. Recordemos asimismo sus descendientes savia en español, sève en francés; evidentemente, estaba también relacionada esta raíz con la experiencia gustativa. La energía de esta raíz es muy fuerte: sap significa hoy día jugo de fruta en holandés. El español, con su sabiduría, subraya o retiene el placer o el gusto que podemos encontrar en el conocimiento.
Habría que comparar sabio con su equivalente inglés, wise, que proviene de una raiz *woid, *weid, *wi (el asterisco señala que se trata de formas indoeuropeas reconstruidas), relacionada con el griego oida, aspecto perfecto del verbo que significa ver, como video en latín. Wisdom se relaciona con ver; es la visión, la forma de ver que produce la sabiduría. Las lenguas asociadas con el latín conectan el saber y la sabiduría con el gusto, las germánicas con la visión. En general, las lenguas latinas demuestran preferencia por imágenes que están más cerca de la experiencia concreta: la vista es un sentido más intelectual y más pasible de abstracción que el gusto.
La misma distinción entre una
perspectiva más intelectual y otra más sensorial y sensible se ve también en la
diferencia de hombre (de humus, barro) y man, que muchos estudios etimológicos
correlacionan con mente. En hombre o en humano está patente el vínculo que nos
une con la naturaleza; en man-mind, el que nos distingue como especie,
separándonos de las otras especies animales. En El Laberinto de la Soledad,
Octavio Paz 10 dice que el mejicano se siente oscuramente parte de un todo,
mientras el estadounidense se encuentra arrojado a un universo que debe
inventar. La etimología parece darle razón: entre la distinción de hombre y man
discurre, precisamente, esa significativa diferencia.
En síntesis, la etimología es un
camino de recuperación de memorias ancestrales de las que todos provenimos sin
darnos por enterados, como aquel hombre que, según Pablo de Tarso, mira su
rostro en un espejo para luego olvidarlo. Pero cuando advertimos que en la
copla hay cópula y en el coito (co-itum) un haber ido juntos; cuando nos
percatamos de que en la melancolía y en la cólera confluyen la bilis negra y la
bilis roja (el kholos griego) y de que la raíz de orgía y de orgasmo es la
misma que la de orgullo, una puerta se abre interiormente en nosotros que ya no
podrá cerrarse más. Y lo mismo ocurrirá cuando sepamos que la libido confluye
con el amor en alemán (Ich liebe dich: te amo; con razón decía Freud: "La
libido es la energía que tiene que ver con todas aquellas pulsiones que se
relacionan con el amor") pero también con nuestra libertad-porque el
lenguaje mismo parecería ser quien nos está diciendo que el amor nos hace
libres y la libertad nos hace amables. El lenguaje se vuelve entonces un espejo
oracular en el que podemos reflejarnos indefinidamente y en donde siempre
encontraremos, inagotables, nuevas respuestas y nuevos enigmas.