
Nacido con esta desagradable disposición, no tardo e confirmar lo que de ella podía esperarse. Hasta la edad de 4 años, dicen los testigos, se pareció a los demás niños de su edad, pero desde este momento siempre paso por un idiota o un imbécil. De este modo, muy pronto se convirtió en el juguete y en el hazmerreir de todos los niños cosa que, haciéndolo mas tímido y vergonzoso aún, impidió sin duda el normal desarrollo de sus facultades afectivas, dado que es notable que, o solo era frío y apático con sus padres, sino que nunca tuvo un amigo y vivió en un aislamiento afectivo muy adecuado para fomentar su inferioridad intelectual y moral. Buscando por instinto la soledad mas inaccesible se pasaba días enteros en el fondo de canteras abandonadas o en el rincón más oscuro de un granero, y allí, reflexionando en los escasos temas de sus pobres lecturas, y dotado de una imaginación muy desarrollada a la par de un falso juicio, se aferraba a todo lo que había de maravilloso, negligía lo positivo y daba una dirección tanto más viciosa a su espíritu, que, al no abrirse jamás a nadie, nadie podía tampoco rectificar sus errores; así pues muy pronto se convirtió en un auténtico alienado. Se le había sorprendido hablando solo varias veces y discutiendo con interlocutores invisibles, o riéndose a carcajadas, o quejándose con gritos plañideros. A veces le encontraban restregándose por el suelo, otras gesticulando de la manera más extraña. Algunas ideas religiosas le pasaban por la cabeza; inmolaba y torturaba animalitos para reproducir las escenas de la pasión de Cristo. Cuando era el relato de una batalla el que afectaba su imaginación, llevado por una especie de arrebato, se lanzaba sobre las legumbres del huerto y las rompía gritando desaforadamente, Cuando le venía alguna idea de poder o de superioridad, intentaba realizarla asustando a los pobres niños. A veces amenazaba con cortarlos con su hoz; otras los cogía y suspendía de un pozo y los amenazaba con dejarlos caer, en otras circunstancias quería que su caballo los devorase, y luego de haberlos asustado lo suficiente, satisfecho con la idea que él creía que le había conferido aquel poder, les dejaba marchar expresando su alegría por medio de risas desmesuradas.
El diablo y las hadas ocupaban un lugar muy importante en su cabeza enferma, y a fuerza de pensar en ellos creyó verlos y oírlos. Conversaba con ellos, hacía pactos, y asustándose el mismo de sus propias ideas, exclamaba a menudo huyendo con terror: ¡El diablo, el diablo!
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