Sonreí al ver el dinero y dije en voz alta: “¡Vil metal! ¿De qué me sirves? Para mí, cualquiera de estos cuchillos vale más que tú. No pudo emplearte para nada. Quédate donde estas y húndete hasta el fondo del mar, como una persona cuya vida no es digna de salvación”. Pero luego, pensándolo bien, tomé el dinero y lo envolví en un pedazo de lona junto con los demás objetos.
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