sábado, 1 de agosto de 2009

Fedor Dostoievski – Memorias del subsuelo - Resentimiento

Veamos, pues, a este ratoncito en acción. También él se siente ofendido (esta sensación es casi continua) y pretende vengarse. Es posible que se acumule en el más rabia aún que en l´homme de la nature et de la vérité. El deseo cobarde y mezquino de devolver mal por mal a quien le insulta lo corroe, tal vez incluso más violentamente que l´homme de la nature et de la vérité, porque este, en su estupidez natural, considera su venganza como una acción perfectamente justa y, en cambio, el ratoncito no puede admitir la justicia de tal acto a causa de su superior clarividencia. Pero llegamos al fin al acto mismo, a la venganza. Además de la villanía inicial, el desgraciado ratón ha amasado en torno de él en forma de dudas y vacilaciones, tantas nuevas villanías, ha añadido a la primera pregunta tantas otras sin respuesta posible, que, haga lo que haga, crea alrededor de su persona un fatídico lodazal, un pantano pestilente y cenagoso, formado por sus vacilaciones, sus sospechas, su inquietud y los salivazos que le arrojan los hombres de acción que lo rodean, lo juzgan, lo aconsejan y se ríen de él a mandíbula batiente.

Entonces, naturalmente, lo único que puede hacer es abandonarlo todo, aparentando desprecio, y desaparecer vergonzosamente en su agujero. Y allí, en un sucio y pestilente subterráneo, el insultado, apaleado y escarnecido ratón se zambulle lentamente en su rabia fría, envenenada y sobre todo, inextinguible.

Durante cuarenta años recordará la afrenta recibida, con sus detalles mas humillantes a los que irá añadiendo otros más vergonzosos aún, excitándose perversamente, atizando el fuego de su imaginación. Se sentirá avergonzado, pero evocará todos los detalles, pasará revista a todas las circunstancias, inventará otras con el pretexto de que habría podido producirse, y no perdonará nada.

Incluso es posible que trate de vengarse, pero a hurtadillas, en pequeñas dosis, de incógnito, sin ninguna confianza ni en su derecho ni en el éxito de si propósito dándose clara cuenta de que sus tentativas de venganza le harán sufrir a él mucho más a aquel contra el que van dirigidas y que probablemente ni siquiera se enterará. E su lecho de muerte lo recordará todo de nuevo, añadiendo los intereses devengados, y entonces… Pero precisamente esta mezcla abominable y helada da esperanza y desesperación, precisamente este enterramiento voluntario, esta existencia de emparedado viviente, esta ausencia (claramente percibida, pero siempre dudosa) de toda solución, este cúmulo de deseos insatisfechos que no han hallado salida, de decisiones febriles tomadas para siempre pero seguidas inmediatamente por los remordimientos; todo esto es lo que detalla precisamente esta voluptuosidad extraña a la que me he referido antes. Esto es algo tan sutil generalmente, tan difícil de captar, que la gente mediocre –e incluso, simplemente, aquellos que poseen unos nervios bien templados- no comprende ni jota. “Tampoco comprenderán nada de eso –me diran ustedes tal vez, burlonamente-, los que nunca hayan sido abofeteados”. Así, ustedes me darán a entender cortésmente que he recibido una bofetada y que hablo con conocimiento de causa. Apuesto lo que quieran a que lo han pensado. Pero tranquilícense, señores, no he sido abofeteado, y, por lo demás, lo que puedan ustedes pensar respecto de este asunto me tiene completamente sin cuidado. Tal vez soy yo quien lamenta haber repartido pocas bofetadas durante mi vida. Pero ¡basta! ¡Ni una palabra más sobre el tema, por mucho que les interese!

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