miércoles, 2 de marzo de 2022

21 de julio de 1827, BUENOS AIRES No. 52

El gobierno de Buenos Aires, instalado recientemente, ha comenzado su carrera con una medida prohibitiva. Cuando las naciones del viejo continente están empezando a sentir la inconveniencia de leyes coercitivas, difícil esperar que una nación joven volviese a un sistema condenado por la experiencia y por la doctrina sensata. Es indudablemente muy agradable poder preservar los metales preciosos dentro de los límites de Estado, pero el problema no consiste en la conveniencia, sino en la posibilidad de tal medida, y es difícil creer que la ley escrita será más fuerte que las leyes del interés y el imperio irresistible de las circunstancias.

Ha sido prohibida la exportación de oro. Para tomar un caso extremo, ¿esta medida no parece revelar mala fe en aquéllos cuyas deudas deben pagarse con este metal? Nadie piensa que las onzas enviadas en paquetes 300 meramente obsequios amistosos. Son obligaciones comerciales, y pensamos que la prohibición puede, en algún grado, debilitar el crédito privado y público de la República frente a las naciones extranjeras. El alma del comercio es la reciprocidad, recibir y devolver, y en las circunstancias actuales, la única devolución se puede hacer en oro. Prohibir exportación del único medio disponible es como excluirnos del mundo comercial, aislarnos del universo, en momentos en que las otras naciones tienden a estrechar los lazos de amistad. No es fácil calcular las consecuencias de una medida tan retrógrada en el momento actual. E comercio es ahora el vehículo de la civilización y el conocimiento; cualquier cosa que tienda a privarnos del primero actúa como un impedimento para el goce del segundo; y esto se vuelve doblemente importante para un país que sólo está empezando a gozar de los beneficios de la independencia y que ha soportado largo tiempo los males de la esclavitud.

Si la prohibición de exportar metales preciosos nos separa del viejo mundo, del cual debemos recibir necesariamente todo lo que pueda fomentar nuestro progreso, los derechos impuestos a la importación posiblemente puedan retardar la muy deseada reconciliación con las provincias. Las altas tasas de importación causan la escasez de los artículos gravados o, por lo menos, elevan los precios. Los resultados son escasez penosa, fraude inevitable, descontento general y todas las consecuencias de la falta de confianza, dando pretextos a los interesados en prolongar la discordia y la guerra civil y arrojando obstáculos en el camino de esa armonía perfecta que debería existir entre los individuos de la misma familia.

Dejemos las leyes prohibitivas a los gobiernos despóticos, los hombres libres no pueden prosperar con ninguna medida que sirva para trabar el espíritu de empresa."

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