A veinte años de ese crimen, a veinte años de ese pecado de sangre que Dios no le perdonó al cojudo de Urquiza y a la traición de mis generales, un paisano clava su cuchillo en el mostrador de una pulpería, y grita Viva Rosas. Y otro clava su cuchillo en el mostrador de otra pulpería, y grita Viva Rosas.
Y ahí va un tercero, y desenvaina su cuchillo, y lo clava en el mostrador que us-ted elija, y grita Viva Rosas. Y no hay paisano que, en una tarde de silencios y de llanura, no mire oscilar la hoja de su cuchillo donde sea que lo clave, con mucho alcohol en el cuerpo o ninguno, con algo en la sangre que es más hondo que el recuerdo, que no grite Viva Rosas, listo para morir o para cobrarse una cuenta que nunca sabrá cuándo y quién la abrió.
Fisonomías graves como árabes y como an-tiguos soldados, caras llenas de cicatrices y de arrugas. Un rasgo común a todos, casi sin excep ción, eran las canas de oficiales y soldados... ¡Qué misterios de la naturaleza humana, qué terribles lecciones para los pueblos! He aquí los res-tos de diez mil seres humanos que han permaneci-do diez años casi en la brecha combatiendo y ca-yendo uno a uno todos los días, ¿por qué causa?, ¿sostenidos por qué sentimiento?... Estos soldados y oficiales carecieron diez años de abrigo, de un te-cho, y nunca murmuraron. Comieron sólo carne asada en escaso fuego, y nunca murmuraron... Tenían por él, Rosas, una afección profunda, una veneración que disimulaban apenas... ¿Qué era Rosas, para estos hombres? ¿Son hombres estos seres?
Inteligencias como las del señor Sar-miento, que se dan pocas en la tierra de Dios, no pueden responder a la pregunta de qué es Rosas para hombres que mueren al grito de Viva Rosas. No podrán nunca res-ponder a esa pregunta. Y, entonces, se impacientan. Y, entonces, el señor Sarmiento, que quiere la cultura de la Francia para las ciudades argentinas, y que quiere sembrar de granjas norteamericanas el campo argen-tino, exige, para expiar el pecado de ser hi-jos de España, que se derrame la sangre barata de los gauchos... ¿Misterios de la natu-raleza humana?
¿A qué reta y a quién el Viva Rosas de esos paisanos, que pelearon en mis ejércitos y en los del finado Urquiza? ¿Y el Viva Rosas de sus hijos y nietos y el de los hijos de sus nietos? Contesten eso, si les da la lengua para contestar eso.
Ese grito durará más que el pecado.