...para quien no sabe llevarlos, los locos, si rara vez se muestran peligrosos,
son siempre cansadores. Aun cuando pongan buena voluntad y sobre todo mucha
paciencia, al cabo de cierto tiempo las familias terminan exhaustas. Tratar de
conseguir que un loco se comporte como todo el mundo, es como querer torcer el
curso de un río: no digo que sea imposible, pero únicamente un buen ingeniero,
sin poseer desde luego ninguna garantía anticipada de que lo logrará, puede
intentar que el agua corra en otra dirección. Para el común de la gente, el
comportamiento extravagante de los locos es pura y simplemente obstinación,
cuando no mendacidad. Impermeables al sentido común y a la razón, los que
insisten demasiado en querer redimirlos, terminan ellos mismos viendo sus
propios juicios alterados. Hay que tener en cuenta también que cuanto más
rígidos son los principios del ambiente en el que viven, más sobresale la
rareza de los lunáticos, y más absurdos parecen sus dislates. Entre los pobres,
obligados, para sobrevivir, a profesar principios
más flexibles, la locura parece más natural, como si contrastara menos con la
sinrazón de la miseria. Pero una de las pretensiones mayores de los poderosos,
aquella que justamente quiere fundar la legitimidad de su poder, es la de
encarnar la razón, de modo que, en su seno, la locura representa un verdadero
problema para ellos. Un loco pone en peligro una casa de rango desde el techo
hasta los cimientos, y hace perder respetabilidad a sus ocupantes, lo que
explica que en general se escondan las enfermedades del alma como si fueran
males oprobiosos. También allá debe haber muchas familias que no saben qué
hacer con sus locos, me dijo un día en Madrid el doctor Weiss, en la época
en que esperábamos las autorizaciones de la Corte para abrir nuestra casa en el
Virreynato. Para la ciencia que ha hecho de ellos su objeto, los locos son un
enigma, pero para las familias en el seno de las cuales viven, un problema. Es
obvio que estas complicaciones surgen cuando los signos exteriores de demencia
son demasiado evidentes, porque, en los casos en que pasa desapercibida, que
son mucho más frecuentes de lo que se cree, la sinrazón misma puede erigirse en
principio y manejar, con la conformidad de casi todos, los hilos del mundo.